¿Soy yo, Señor?



Por Josué I. Hernández
 

“Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor?” (Mat. 26:21,22).

 
La noche que fue traicionado el Señor Jesucristo declaró una noticia impactante, “De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar” (Jn. 13:21). Esto lo dijo, “mientras comían” (Mar. 14:18). Fue una sorpresa estremecedora. Es más, cuando Jesús les informó esto él mismo “se conmovió en espíritu” (Jn. 13:21). Pero, Jesús no especificó de una vez quien era el traidor, “Mas he aquí, la mano del que me entrega está conmigo en la mesa” (Luc. 22:21). ¿Quién era el traidor?
 
Judas no parecía un traidor. Luego, once almas desconfiando de sí mismas comenzaron a preguntar, “¿Soy yo, Señor?” (Mat. 26:22). Para nuestro asombro, expresando una asquerosa hipocresía, Judas también preguntó: “¿Soy yo, Maestro?” (Mat. 26:25), y el Señor le respondió “Tú lo has dicho” (Mat. 26:25). Fue entonces, cuando Juan le preguntó “Señor, ¿quién es?” (Jn. 13:25), y el Señor respondió, “A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón” (Jn. 13:26).  
 
Los discípulos sabían que Jesús tenía enemigos. Los líderes religiosos le odiaban, y trataban de destruirle. Hicieron afirmaciones falsas sobre él (Mat. 12:24), hicieron preguntas capciosas y exigían señales (Mat. 12:38-42; 16:1-4; 19:3-9; 22:15-22; Jn. 8:3-11; etc.). Es más, conspiraron para matarlo (Jn. 11:45-57). Veían a Jesús como una amenaza a su poder, como alguien que alteraba el statu quo. Entonces, no sería sorpresa para los discípulos escuchar que Jesús se había enterado de algún complot de los líderes religiosos. No obstante, lo que Jesús dijo fue completamente inesperado. Uno de ellos estaba conspirando contra el Maestro como un enemigo encubierto. ¿Cómo podría suceder algo así? ¿Quién se atrevería a conspirar de semejante forma habiendo contemplado la gloria del Señor por más de tres años?
 
Según leemos, los discípulos no pensaban que Judas sería el traidor. En su desconcierto, ni siquiera pensaron que Judas sería un candidato probable. Sencillamente, no creían que él podría ser. Judas no parecía un traidor. “Y ellos, profundamente entristecidos, comenzaron a decirle uno por uno: ¿Acaso soy yo, Señor?” (Mat. 26:22, LBLA).
 
Judas había sido un verdadero discípulo. Había ganado la confianza del grupo, y fue calificado para retener los fondos como el tesorero (Jn. 12:6). Judas no había sido un hipócrita desde el principio, ni estaba destinado al mal, como algunos han afirmado. Fue elegido por Jesús, y fielmente le siguió por un tiempo, pero luego se corrompió por la avaricia. Pedro diría más tarde, “y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio” (Hech. 1:17). La profecía indicaba no solo la traición de Judas, sino la fidelidad anterior de él (Sal. 41:9).  
 
Judas no fue el único capaz de esta traición. Por ejemplo, Pedro era impulsivo, y al parecer, competitivo. Más tarde Pedro negó al Señor. Jacobo y Juan eran extremadamente ambiciosos, e irascibles con aquellos que les parecieran errados. Simón el zelote había tenido tendencias políticas extremistas. En fin, si tuviéramos más información de cada discípulo señalaríamos algún defecto que podría haber servido a la causa de Satanás.
 
Nos asombra la sincera humildad de los discípulos. En lugar de pensar: “Sé que no soy yo” y acusar a otros, ellos dijeron: “¿Soy yo, Señor?”. Reconocían que su fe no era perfecta, y también reconocían que tenían que aprender y madurar. Pudieron discernir que un defecto no corregido podría, eventualmente, llevarlos a la traición. Cristo había dicho, “El que no es conmigo, contra mí es” (Mat. 12:30).
  
Los cristianos no practican el pecado (Rom. 6:1,2), “El que practica el pecado es del diablo” (1 Jn. 3:8), sin embargo, los cristianos no están exentos de la tentación (Sant. 1:13-18).
 
Un cristiano podría caer en “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gal. 5:19-21). Un cristiano podría dejar de andar como es digno de la vocación con que fue llamado (Ef. 4:1) y practicar “toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Ef. 4:31). El corazón de un cristiano podría cargarse de “glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida” (Luc. 21:34).
 
En fin, un cristiano podría caer de la gracia (Gal. 5:4) amando al mundo (2 Tim. 4:9) y perderse (1 Jn. 5:16,17). He ahí la necesidad de permanecer sobrios y velando (1 Ped. 5:8).
 
Todo discípulo de Cristo debe ser muy consciente del peligro del pecado. Satanás “el tentador” (Mat. 4:3) “el cual engaña al mundo entero” (Apoc. 12:9), procura la caída de los hijos de Dios. Sucedió con Judas, quien se volvió un traidor, y podría suceder con nosotros.
 
Si alguno hubiere pecado debe volverse a Dios (cf. Hech. 8:22; 1 Jn. 1:9), y “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12).