La iglesia en Jerusalén creció con rapidez; pero, más pronto que tarde,
surgió un problema. Hubo una murmuración por el descontento de un supuesto
prejuicio étnico (Hech. 6:1). Frente a semejante problemática, los apóstoles no
demoraron en procurar la justa solución, Entonces los doce convocaron a la
multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la
palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre
vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de
sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo” (Hech. 6:2,3). El verbo “servir” (gr. “diakoneo”) es traducido de la palabra que a
veces se translitera “diácono”. Eso es, precisamente, lo que serían estos siete
varones, siervos designados con una responsabilidad específica, encargados “de
este trabajo”, y la iglesia local debía buscarlos. En este relato tenemos un ejemplo de selección y nombramiento que no
debemos pasar por alto. Este ejemplo funciona como un patrón al cual ajustarnos.
Veamos. La iglesia tenía una necesidad. No se otorgó un título religioso honorífico, para luego inventar
alguna necesidad que llenar. Estos hombres fueron nombrados para hacer un
trabajo. Ellos fueron designados para cubrir una necesidad que ya existía. Toda la iglesia participó. La iglesia local tiene la responsabilidad y el privilegio de
seleccionar a los que considere calificados (Hech. 6:3; cf. 1 Cor. 16:3),
conforme a las pautas divinamente especificadas (Hech. 2:42; 6:3; cf. 1 Tim.
3:1-10; Tito 1:5-9). Aunque el proceso no es una votación conforme a la preferencia, para elegir por voto mayoritario (democracia), cada miembro es responsable de buscar objetivamente, nadie está excluido. Toda la iglesia estaba informada. Para que todos tengan el mismo entendimiento, la iglesia debe
estudiar cuidadosamente las calificaciones requeridas. Solo la comprensión
adecuada permitirá buscar y seleccionar a los hombres idóneos (cf. Hech. 6:5,6).
La iglesia no puede obedecer lo que no comprende, ni comprender lo que no ha
estudiado. Todos los miembros estaban
convencidos. La selección proporcionó el alivio buscado, y el buen orden
subsecuente. Otro ejemplo de que la unidad, la armonía y la paz, son la
consecuencia de la obediencia. “Agradó la propuesta a toda la multitud”
(Hech. 6:5), “que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un
mismo parecer” (1 Cor. 1:10).
Conclusión
La obediencia a la doctrina de
los apóstoles asegura la prosperidad de la iglesia como “columna y baluarte
de la verdad” (1 Tim. 3:15; cf. Hech. 6:7), aunque sea una iglesia atribulada
y pobre (Apoc. 2:9) o tenga poca fuerza (Apoc. 3:8). Es responsabilidad de cada
miembro el adherirse firmemente a “la forma de las sanas palabras” (2
Tim. 1:13).