Jesucristo pasó un tiempo considerable de su ministerio terrenal cerca del
mar de Galilea. Todos podemos recordar eventos importantes que se desarrollaron
en este mar o en sus inmediaciones. Este sitio proporcionó el ambiente propicio
para enseñar su palabra a sus discípulos, varios de los cuales eran pescadores.
Una primera pesca milagrosa
Mateo (4:18-22) y Marcos (1:16-20) mencionan que Jesús llamó a Pedro,
Andrés, Jacobo y Juan para que le siguieran, pero Lucas nos brinda la
oportunidad de saber detalles para contemplar la historia completa (Luc.
5:1-11). La multitud se acercaba tanto a Jesucristo mientras él les enseñaba que
comenzaron a presionarlo, al punto que ellos se agolpaban sobre él para oír su
mensaje. Entonces, el Señor se subió a la barca de Pedro y se alejó un poco de
la orilla, y desde ahí continuó enseñando a la multitud. Cuando terminó su
predicación, el Señor le dijo a Pedro que se internara en el mar y que lanzara
sus redes para pescar. A pesar de una noche de esfuerzos infructuosos, a pesar de la decepción de
varias horas de trabajo sin provecho, a pesar del cansancio, y a pesar de que
esta instrucción no concordaba con la experiencia de Pedro, porque lo que el
Señor decía era incomprensible dadas las circunstancias, Pedro hizo exactamente
lo que Cristo le indicó, y lo intentó una vez más. Esta vez las redes no
pudieron contener a los muchos peces. Fue tal el impacto de la gloria de Jesucristo que Pedro fue embargado por
el contraste de su persona ante el Señor. Cayó a los pies del Señor y dijo, “Apártate
de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Luc. 5:8). Esta reacción habla
mucho sobre Pedro. Ahora la rentabilidad de su negocio no tiene importancia.
Ahora está plenamente consciente de sus debilidades, y la humillación es la
única reacción razonable. No merece nada, y lo necesita todo. La reacción de Pedro es similar a la reacción de Isaías, quien también fue
abrumado por el contraste de su persona ante la gloria de Dios (Is. 6:1-5).
Esta es la reacción reverente de toda persona sensata que se ve enfrentada a
Dios. Jesús no hizo algún esfuerzo por corregir la concepción de Pedro. En
cambio, lo alentó y le señaló el mayor trabajo que le esperaba. Inmediatamente,
dejándolo todo siguieron a Jesucristo.
Una segunda pesca milagrosa
En Juan 21:1-11 aprendemos que después de la resurrección del Señor, Pedro
dijo a varios de los discípulos, “Voy a pescar” (Jn. 21:1-11), y así, se
unieron a él. Nuevamente no pescaron nada en toda la noche. Por la mañana Jesús
apareció en la orilla y les llamó para que lanzaran la red a la derecha. El
resultado fue otra captura masiva. Pedro, seguramente, recordando la primera
pesca milagrosa, saltó entusiasmado de la borda al darse cuenta de que era el
Señor, y nadó hasta la orilla, dejando a los demás con la barca y los peces. Después del desayuno, Jesús le preguntó a Pedro, “Simón, hijo de Jonás,
¿me amas más que éstos?” (Jn. 21:15). No había pasado mucho tiempo desde
que Pedro afirmó ser más devoto que sus hermanos (cf. Mat. 26:33), y luego negó
al Señor hasta con maldición y juramento (cf. Mat. 26:74). Ahora, el Señor
llamó tres veces a Pedro para que le confesara su amor, y cada confesión fue
recibida con la instrucción de alimentar a las ovejas del Señor (Jn. 21:15-17). Esta segunda pesca fue otra confirmación de quién es Jesús de Nazaret (cf.
Jn. 20:30,31; Hech. 10:41), y también fue el recordatorio de que el trabajo de
ellos no sería el de pescar, sino el de pastorear. Fue una restauración
amorosa, y grandemente compasiva, de la confianza de Pedro en ser útil al
Señor. Ambos incidentes reflejan la gracia divina, y nos recuerdan de que, a pesar de
nuestro pasado, el Señor Jesucristo quiere restaurarnos, enseñarnos, y
comisionarnos, si se lo permitimos. ¿Lo haremos?