Por Josué I. Hernández
No son pocos los que hacen declaraciones desacertadas, y a veces
categóricas, acerca de la iglesia; sin embargo, pocos se detienen a estudiar lo
que la Biblia dice acerca de la iglesia que Cristo estableció y por la cual él
murió. Le invitamos a estudiar cinco cosas que la Biblia enseña acerca de la
iglesia.
Pertenece a Cristo
Jesús dijo que la iglesia sería suya, “sobre esta roca edificaré mi
iglesia” (Mat. 16:18). La iglesia es del Señor porque él la compró para sí,
y lo hizo con su sangre (cf. 1 Ped. 1:18,19; Hech. 20:28). Los verdaderos
cristianos no tienen iglesia. Ninguno podría decir “mi iglesia” o “tu iglesia”.
Si entendemos correctamente lo que Cristo enseña sobre su iglesia, nuestra
terminología y conducta lo reflejarán.
Así como es incorrecto tomarse libertades con las posesiones de otro,
también es incorrecto tomarse libertades con la iglesia que es del Señor. Los
mayordomos deben ser fieles (1 Cor. 4:2). Cuando Cristo entregó las llaves del
reino a sus apóstoles (cf. Mat. 16:19; 18:18), no les dio autorización para
personalizarlo. Ellos entendían que alterar la iglesia de Cristo es una falta
grave, desagradable a Dios, y que no quedaría impune.
Cristo es la cabeza de su iglesia
Jesucristo es “cabeza sobre todas las cosas a la iglesia… la cual es su
cuerpo” (Ef. 1:22,23). Dios la diseñó de esta manera para que Jesucristo “en
todo tenga la preeminencia” (Col. 1:18).
La cabeza es la que rige al cuerpo. Debemos respetar este diseño divino.
Por lo tanto, la palabra de Cristo es definitiva (cf. Col. 3:16; Jn. 12:48).
Los sínodos, los concilios, las convenciones, la opinión de la mayoría, la
tradición eclesiástica, etc., son patrones de autoridad totalmente inadecuados,
son invenciones de la rebelión humana contra el diseño divino. Solo los “mandamientos
del Señor” (1 Cor. 14:37) deben ser la base para nuestra creencia y
práctica.
Siempre debemos preguntarnos, “¿qué dice Jesucristo?” (cf. Mat. 17:5; Heb.
1:1,2). La única manera de responder correctamente a esa pregunta será
recurriendo al registro de lo que Jesucristo enseña, ya sea personalmente o a
través de sus apóstoles (cf. Mat. 10:40; Hech. 2:42). No podemos usar nuestra
imaginación, o inclinaciones emocionales, para establecer lo que creemos que
Cristo diría.
Solo hay una iglesia
Hay un solo cuerpo (Ef. 4:4). Jesús dijo, “mi iglesia”, no dijo “mis
iglesias” (Mat. 16:18). Cuando en el Nuevo Testamento leemos de “iglesias de
Cristo” (ej. Rom. 16:16), no leemos de diferentes denominaciones o sectas,
sino de grupos de cristianos en diferentes comunidades (ej. Gal. 1:2).
El denominacionalismo, por definición, es división. La Biblia no aprueba la
existencia de diferentes denominaciones. El Nuevo Testamento enseña la
uniformidad e igualdad en creencias y prácticas (1 Cor. 1:10; 4:17; 7:17;
11:16; 14:36; 16:1). Dios condena la división, no la exalta. La aceptación del
denominacionalismo es la admisión de que no pertenecemos a la iglesia de
Cristo.
Cristo es la puerta
Él dijo, “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y
entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn. 10:9). La salvación y la
membresía en la iglesia van de la mano (Hech. 2:47; Ef. 5:23). Por lo tanto, la
membresía en la iglesia de Cristo no es un asunto opcional si queremos ser
salvos.
Jesucristo establece los requisitos de entrada. No hay entrada sin
obediencia a su evangelio (cf. Heb. 5:9; Mar. 16:16; Hech. 2:38; 8:37,38;
22:16). Si no es necesario obedecer al evangelio, ¿serán salvos los
desobedientes (cf. 2 Tes. 1:8)? Si alguno cambia los requisitos de entrada, por
otros más populares, el resultado será entrar en una institución diferente a la
iglesia que Cristo estableció.
Cristo es el supervisor y juez
Apocalipsis 2 y 3 describen a Cristo observando entre sus iglesias, y dando
su evaluación. Esto es consistente con su afirmación de que él tiene todo el
juicio (Jn. 5:22,23). ¿Qué vio y pensó Jesús? Las iglesias más grandes y de
reputación, como Laodicea y Sardis, fueron duramente reprendidas, y para
nuestra sorpresa, también fue reprendida la iglesia de Éfeso. Al considerar
cuidadosamente, vemos que las iglesias con menos fuerza, más pobres y
despreciadas, Esmirna y Filadelfia, no recibieron reprensión. Cristo miraba más
allá, más profundamente, supervisando bajo las apariencias. Las iglesias que
poseían rasgos impresionantes a los ojos de los hombres fueron las que debían
arrepentirse de su pecado.
Nunca olvidemos que la autoridad de Cristo está investida en su palabra
(cf. Mat. 28:18; Jn. 12:48). Esa palabra nos juzgará en aquel gran día, cuando
él venga por su iglesia.
¿Es usted miembro de la iglesia descrita en el
Nuevo Testamento?