Dad gracias en todo


 
Por Josué I. Hernández

 
El apóstol Pablo nos instruye, “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).
 
Ser agradecido es una de las lecciones fundamentales de la vida. No basta con tener un simple sentimiento de aprecio hacia quienes nos benefician, se debe expresar la gratitud. Por supuesto, nadie nos bendice más que Dios, “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17).
 
¿Cómo podemos expresar adecuadamente nuestra gratitud? La Biblia nos enseña cómo podemos hacer esto, y señala cuatro cosas.
 
Decirlo a Dios
 
La gratitud no puede quedarse oculta, contenida y secreta, debe expresarse con palabras de gratitud. Podemos hacerlo en oración (cf. 1 Tim. 1:2), y también podemos hacerlo “cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16). No debemos descuidarnos en esto. La negligencia en la adoración involucra ingratitud. Por el contrario, el pueblo de Dios adora con gratitud. Bajo el Antiguo Testamento Dios requirió una manera de ser adorado, “Y cuando ofreciereis sacrificio de ofrenda de paz a Jehová, ofrecedlo de tal manera que seáis aceptos” (Lev. 19:5; cf. Lev. 22:29; cf. Col. 3:23). El autor a los hebreos escribió, “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud…” (Heb. 12:28).   
 
Decirlo a otros
 
Dios liberó al rey Ezequías de una enfermedad terminal, y Ezequías oró en acción de gracias, “El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy; el padre hará notoria tu verdad a los hijos” (Is. 38:19). Expresar a otros las misericordias que hemos recibido de Dios, invitándolos a que las disfruten también, es una expresión de gratitud. Como dijo Ezequías, esto comienzo con enseñarlo a nuestros hijos (cf. Deut. 4:9; 6:7; Sal. 78:3,4); pero, esto no termina ahí. Los corazones llenos de gratitud están ansiosos de que otros también lo sepan (cf. 2 Rey. 7:8,9; Mar. 5:19; Hech. 8:4).
 
Servir
 
Decir que estamos agradecidos es vacío en sí mismo si no actuamos con gratitud. Es mediante la gratitud que podemos servir aceptablemente a Dios, “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Heb. 12:28). ¿Cuál será ese servicio? Nuestras vidas, “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). Jesús murió por nosotros, cualquier cosa menor que vivir para él es una respuesta ingrata, “y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:15).  
 
Compartir
 
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Heb. 13:15,16). Un componente del servicio a Dios es compartir, no solo el evangelio, sino también “compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28). Si estamos agradecidos de la generosidad de Dios, seguramente lo imitaremos en una vida generosa (cf. Mat. 5:45; Ef. 5:1,2).