El apóstol Pablo nos instruye, “Dad gracias en todo, porque esta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18). Ser agradecido es una de las lecciones fundamentales de la vida. No basta
con tener un simple sentimiento de aprecio hacia quienes nos benefician, se
debe expresar la gratitud. Por supuesto, nadie nos bendice más que Dios, “Toda
buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces,
en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17). ¿Cómo podemos expresar adecuadamente nuestra gratitud? La Biblia nos enseña
cómo podemos hacer esto, y señala cuatro cosas.
Decirlo a Dios
La gratitud no puede quedarse oculta, contenida y secreta, debe expresarse
con palabras de gratitud. Podemos hacerlo en oración (cf. 1 Tim. 1:2), y
también podemos hacerlo “cantando con gracia en vuestros corazones al Señor
con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16). No debemos
descuidarnos en esto. La negligencia en la adoración involucra ingratitud. Por
el contrario, el pueblo de Dios adora con gratitud. Bajo el Antiguo Testamento
Dios requirió una manera de ser adorado, “Y cuando ofreciereis sacrificio de
ofrenda de paz a Jehová, ofrecedlo de tal manera que seáis aceptos” (Lev. 19:5;
cf. Lev. 22:29; cf. Col. 3:23). El autor a los hebreos escribió, “Así que,
recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud…” (Heb.
12:28).
Decirlo a otros
Dios liberó al rey Ezequías de una enfermedad terminal, y Ezequías oró en
acción de gracias, “El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo
hoy; el padre hará notoria tu verdad a los hijos” (Is. 38:19). Expresar a
otros las misericordias que hemos recibido de Dios, invitándolos a que las disfruten
también, es una expresión de gratitud. Como dijo Ezequías, esto comienzo con
enseñarlo a nuestros hijos (cf. Deut. 4:9; 6:7; Sal. 78:3,4); pero, esto no
termina ahí. Los corazones llenos de gratitud están ansiosos de que otros también
lo sepan (cf. 2 Rey. 7:8,9; Mar. 5:19; Hech. 8:4).
Servir
Decir que estamos agradecidos es vacío en sí mismo si no actuamos con
gratitud. Es mediante la gratitud que podemos servir aceptablemente a Dios, “Así
que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante
ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Heb. 12:28).
¿Cuál será ese servicio? Nuestras vidas, “Así que, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). Jesús
murió por nosotros, cualquier cosa menor que vivir para él es una respuesta
ingrata, “y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí,
sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:15).
Compartir
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de
él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su
nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de
tales sacrificios se agrada Dios” (Heb. 13:15,16). Un componente del servicio a Dios es compartir, no solo
el evangelio, sino también “compartir con el que padece necesidad” (Ef.
4:28). Si estamos agradecidos de la generosidad de Dios, seguramente lo
imitaremos en una vida generosa (cf. Mat. 5:45; Ef. 5:1,2).