El
hermano defraudó a una iglesia y a varios individuos, pero se arrepintió en
otro lado, ¿debe ir y pedir perdón a los hermanos contra quienes pecó? ¿Es necesario
que confiese los pecados que cometió o es suficiente una admisión general?
Antes
de responder las preguntas, debemos considerar si hay, o no, testigos concordando
en su acusación (cf. 2 Cor. 13:1; 1 Tim. 5:19). Las
dos preguntas parecen señalar un caso de “divisiones y tropiezos en contra
de la doctrina” (cf. Rom. 16:17-20), y mientras oramos esperando el
arrepentimiento del hermano y la confesión de su pecado, debemos reconocer las
condiciones que Dios impone para la salvación de su alma. El
Señor Jesucristo dijo que antes de adorar, el ofensor debe ir y reconciliarse
con aquel contra el cual pecó (Mat. 5:23,24) y exponer su arrepentimiento (Luc.
17:3,4). El
que robó, ¿no debe devolver lo robado? El que mintió, ¿no debe decir la verdad?
El que causó la herida, ¿no debe procurar sanarla? Piénselo
detenidamente. ¿Por qué Zaqueo dijo: “si en algo he defraudado a alguno, se lo
devuelvo cuadruplicado” (Luc. 19:8)? ¿Por qué el carcelero de Filipos antes de
bautizarse “les lavó las heridas” (Hech. 16:33)? ¿Por qué “muchos de los que
habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos”
(Hech. 19:18-19)? Una
admisión general es insuficiente, porque el Señor nos manda a confesar el
pecado cometido (cf. Hech. 8:22; Sant. 5:16; 1 Jn. 1:9). Encubrir el pecado impide
la misericordia de Dios (Prov. 28:13). El
hijo de Dios que está “arrepentido” siempre vuelve aceptando las consecuencias
(cf. Luc. 15:17-24) y los frutos de su arrepentimiento son notorios (cf. 2 Cor.
7:11).