El apóstol Juan seleccionó siete de los milagros de Jesús para incluirlos
temáticamente en su relato del Evangelio. El primero fue uno que fortaleció la
incipiente fe de los discípulos (Jn. 2:11). El segundo, produjo gozo y fe en un
funcionario real y su casa (Jn. 4:53,54). Pero, el tercero fue un milagro que enardeció
a los críticos al punto que decidieron matarlo. ¿Qué tenía de diferente este
milagro para despertar semejante odio?
Un milagro misericordioso
El relato de Juan 5 comienza con una multitud reunida en torno a un
estanque llamado Betesda. La creencia era que un ángel agitaba ocasionalmente
el estanque y que el primero que entrara era sanado. Por lo menos son dos los
factores que indican que esto era solo una tradición, y no una realidad. En
primer lugar, los milagros bíblicos nunca fueron un sorteo indiscriminado semejante,
por orden de llegada, etc. En segundo lugar, los milagros bíblicos eran señales
intencionadas para confirmar la predicación de los portavoces de Dios (cf. Heb.
2:3,4). Los milagros bíblicos no fueron bendiciones físicas para simplemente “bendecir”
al primero que las alcanzara. Un hombre que había estado afligido durante 38 años era un asistente habitual
entre la multitud. Su parálisis fue tal, que nunca pudo ser el primero en
llegar al estanque. La ignorancia y la ineptitud crearon un espectáculo lamentable,
no muy diferente al de una mayoría que busca la salvación en lugares
equivocados. Jesús le dijo al hombre que tomara su lecho y caminara, e inmediatamente lo
hizo. Como siempre fue el caso, el milagro de Jesús fue instantáneo y completo.
Una afirmación controvertida
El milagro ocurrió un sábado. Los judíos no tardaron en acusar al hombre
sanado de violar el sábado al cargar su lecho, y luego, acusaron a Jesús de
sanar un sábado (Jn. 5:10-16). La respuesta del Señor fue la siguiente, “Mi Padre hasta ahora trabaja,
y yo trabajo” (Jn. 5:17). Su argumento era sencillo, Dios obra todos los
días, y él, como el santo Hijo de Dios, trabajaba de la misma manera y al mismo
nivel que el Padre. Entonces, la relación de Jesucristo con el sábado era la
misma relación que el Padre tenía con este día. Los judíos entendieron el punto, “Por esto los judíos aun más procuraban
matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía
que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn. 5:18). Jesús no se disculpó, ni les dijo que lo habían malinterpretado. Entendieron
perfectamente lo que Cristo acabada de implicar, él es igual a Dios, y, por lo
tanto, tiene los mismos derechos y prerrogativas.
Una explicación esclarecedora
Aquellos que no creen en la deidad de Jesucristo argumentan que él realmente
no afirmó ser divino, e indican que el versículo 18 sólo expresa la mala
interpretación de sus palabras. Pero, ese no es el caso. En lugar de corregir
la mala interpretación, Jesucristo hizo todo lo contrario, y confirmó la
interpretación de sus enemigos. Las prerrogativas divinas que Jesús dijo que el Padre le había dado
incluyen, resucitar y dar vida (5:21,24,25), juzgar (Jn. 5:22,27-29) y ser
digno de la misma honra que el Padre es digno de recibir (Jn. 5:23). Juan escribió su relato del Evangelio para que creamos que Jesús es Dios el
Hijo (Jn. 20:30,31). La evidencia es suficiente para que lleguemos a la misma
conclusión a la que llegó Tomás (Jn. 20:27-29).