Limpieza de leprosos

 


Por Josué I. Hernández

 
Es interesante saber que la palabra hebrea “lepra” significa literalmente “azotar, flagelar”, aludiendo a un golpe de azote; sin duda alguna, así se sintieron sus víctimas. La ley de Moisés demandaba que el leproso fuera puesto en cuarentena, y debía rasgarse la ropa, y dejarse crecer el cabello enredado, y cubrirse el labio superior, e incluso gritar, “¡Inmundo! ¡Inmundo!” (Num. 13:45, JER). Solo después de un complicado proceso de purificación podría ser readmitido en la sociedad.
 
Cuán apropiado fue que Jesús empleara a personas tan miserables e inadaptadas sociales para manifestar su gracia y su gloria. La limpieza de los leprosos fue una señal clara de la identidad de Jesús (cf. Mat. 11:2-6).
 
Un milagro revelador
 
Mateo (8:1-4), Marcos (1:40-45) y Lucas (5:12-15) nos informan sobre un ejemplo temprano de Jesucristo limpiando a un leproso. El hombre estaba lleno de lepra, e imploró, “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Entonces, “Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció”.   
 
Quien tocase a un leproso quedaría impuro, pero el toque de Jesús fue un toque para limpieza. El toque de Jesucristo fue un toque de liberación. Marcos nos informa que este fue un toque de misericordia. Un milagro que no solo confirmó el poder del Señor, poder que el leproso reconocía, sino que también señaló su corazón bondadoso y compasivo, algo que el leproso no sabía. Este poder divino para limpiar y su compasión para ayudar, son la base de nuestra salvación del pecado, el cual como la lepra nos corrompe y destruye.
 
Un componente interesante de esta historia es que Jesús le ordenó que no le contara a nadie sobre el milagro que tanto le bendijo. Debía ir y mostrarse al sacerdote, conforme a la ley de Moisés (Lev. 14:1-32). El Señor atraía grandes multitudes, y tanta gente buscando sanidad, unidos a curiosos que solo querían observar, y críticos que solo querían cuestionar, presentaban dificultades a la predicación del evangelio, la obra principal de Jesucristo (cf. Mar. 1:37,38).
 
Qué gran contraste con tantos charlatanes modernos que no tiene poder para ir a sanar a los enfermos en los hospitales, pero que anuncian ampliamente sus ministerios de curación.
 
Una respuesta reveladora
 
Lucas registra otra limpieza ocurrida casi al final del ministerio de Jesús. Dirigiéndose a Jerusalén, pasando entre Samaria y Galilea salieron al encuentro del Señor diez leprosos que clamaban pidiendo misericordia. Jesús les dijo que fueran a mostrarse al sacerdote, y en el camino fueron limpiados. Uno de los diez leprosos, regresó dando gloria a Dios a gran voz, y se postró a los pies de Jesús dándole las gracias, “y éste era samaritano”. Entonces, “Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (Luc. 17:17,18).
 
¿Qué sucedió con los nueve? ¿Por qué no volvieron para expresar su gratitud? ¿Tenían algo de gratitud, pero no creyeron que fuese necesario expresarla? ¿Estaban demasiados ansiosos por disfrutar de su nueva libertad? ¿Apreciaron el don recibido, pero olvidaron al donante? Cualquiera que sea la explicación, es una escena lamentable.
 
La gratitud, como tantas otras cosas buenas, tiene poco valor si no se expresa. No repitamos la misma falta respecto a nuestra limpieza del pecado.