Un paralítico es sanado

 


Por Josué I. Hernández

 
Los milagros de Jesús fueron señales, medios que indicaban alguna lección. Apelaban al entendimiento, dirigiendo la mente. Por lo tanto, los milagros del Señor no fueron un fin en sí mismos sino un medio de transmisión de un mensaje. Este propósito no podría ser más claro que en el evento registrado en Lucas 5:17-26, cuando Jesús sanó a un paralítico (cf. Mat. 9:2-8; Mar. 2:1-12).
 
La oportunidad
 
Jesús estaba enseñando en Capernaum, y los fariseos y doctores de la ley habían llegado de diversas partes para oírlo (Luc. 5:17). Eran tantos los asistentes que ni aún cabían a la puerta mientras el Señor predicaba la palabra (Mar. 2:2).
 
Entonces, cuatro hombres trajeron a un paralítico para que lo sanara, pero siendo incapaces de ingresar entre la multitud, subieron al paralítico al techo. Una vez en el techo, hicieron una abertura para bajar al paralítico justo enfrente de Jesús. ¿Puede imaginar la conmoción que esto provocó? Es una escena asombrosa, sin duda.
 
La determinación de estos cuatro es un gran ejemplo para nosotros. Estaban decididos a llevar al paralítico a Jesús. Eran varios los obstáculos. Las limitaciones físicas del paralítico, la multitud que no cooperaba, la dificultad para subir al hombre al techo para luego bajarlo con el cuidado respectivo. Sin embargo, ninguno de los obstáculos los disuadió. Debemos aprender de ellos, para ser más entusiastas, esforzados y constantes en nuestros esfuerzos por llevar a otros a Jesucristo.
 
Los medios
 
Jesús deseaba sanar al paralítico, y había muchas maneras en que él, con su eterno poder, podría haberlo hecho. El Señor escogió el medio más impactante, y le dijo al paralítico, “tus pecados te son perdonados”.
 
Jesucristo llamó la atención a su divina autoridad, y, por lo tanto, a su identidad divina. Los críticos razonaron que sus palabras eran una blasfemia, porque solo Dios puede perdonar los pecados. Entonces, el Señor le dijo al paralítico, “A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”. Y, para el asombro de todos, “Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios”.
 
Esta señal transmitió un mensaje inconfundible. Es verdad que solo Dios puede perdonar los pecados, nadie más podría hacerlo. Los críticos tenían razón al decir, “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?”. El pecado es un acto cometido contra Dios (cf. 1 Jn. 3:4; Sal. 51:4), nadie puede perdonar a un ofensor en lugar del ofendido.
 
El pecado insulta a Dios (Is. 43:24; 2 Sam. 11:27; Hab. 1:13), contrista a Dios (Gen. 6:6; Mat. 23:37,38; Mar. 3:5; Luc. 19:41-44), y avergüenza a Dios (Heb. 12:5-11; cf. Prov. 29:15).
 
Jesucristo no hablaba blasfemias, porque el milagro confirmó que “el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados” (Luc. 5:24).  
 
Como dijo J. W. McGarvey, “El poder de obrar milagros no implica en sí mismo la autoridad para perdonar pecados; pero, lo es cuando se afirma esa autoridad y se realizan milagros como prueba de ello”.
 
Ningún ángel, apóstol o profeta hizo alguna vez una afirmación semejante. Sus milagros confirmaron que eran portavoces de Dios, pero ellos nunca perdonaron algún pecado.
 
La reacción
 
“Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas”. Un milagro notable que confirmaba afirmaciones sorprendentes.
 
Así como ellos, debemos glorificar a Dios por darnos a Cristo, nuestro Salvador, quien no solo tiene poder sobre la enfermedad física, sin que tiene el poder para curar nuestro más grande mal, el pecado.