El pecado en Babel

 


Por Josué I. Hernández

 
La Biblia registra que después del diluvio universal los descendientes de Noé intentaron construir una ciudad, y en ella una torre, una torre significativa, emblemática, un monumento a ellos mismos: “edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre” (Gen. 11:1-4).
 
Viendo la unidad y el ímpetu del pueblo, Jehová Dios confundió el idioma de ellos, ejerciendo con esto la presión suficiente para detener la construcción y dispersarlos por la tierra (Gen. 11:5-9).
 
¿Cuál es el mensaje y la lección de este evento histórico? ¿Solamente sirve para explicar cómo se desarrollaron las diversas naciones, culturas e idiomas? ¿Por qué la construcción de una torre resultó tan molesta para Dios? Debemos detenernos para estudiar con cuidado, para observar más de cerca, y para hacer algunas aplicaciones.
 
Lo que sucedió
 
El pueblo que se estableció en Sinar, la antigua Babilonia (Dan. 1:1,2), se organizó para construir una ciudad y una torre. Querían lograr algo tan magnánimo que la cúspide de la torre llegara al cielo. Luego, vemos que Dios pensó que sin su intervención ellos eventualmente lograrían su plan. Sin embargo, Dios no tenía miedo de que los hombres llegaran al cielo mismo con su torre de ladrillos. Hubo pecado en Babel, pecado que desagradó a Dios y que él juzgó.
 
Dios había dicho a Noé, “…Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra… fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella” (Gen. 9:1,7). El pueblo de Babel no quería separarse distribuyéndose en la tierra, querían hacerse un nombre. La construcción de la ciudad y la torre eran una acción pecaminosa de rebeldía. Ellos están intentando frustrar el plan de Dios. Dios había arruinado el mundo antiguo, alrededor de 100 años antes (cf. Gen. 11:10-16), no obstante, aunque un juicio global acaba de suceder, los elementos comunes del pecado estaban presentes en Babel: El orgullo y la rebelión.
 
La confusión de “su lengua” (Gen. 11:7), es decir, del “lenguaje de toda la tierra” (Gen. 11:9), impidió que siguieran comunicándose, y así, la unidad de propósito y de criterio, fue reducida al fracaso. De esta manera el pueblo de Babel fue esparcido, tal como Dios lo había requerido.
 
El punto geográfico de la rebelión llegó a ser conocido como “Babel”, por la “confusión” que sucedió ahí, la cual motivó la dispersión, “Por tanto se le dio el nombre de Babel; porque allí confundió Jehová la lengua de toda la tierra; y de allí los dispersó Jehová sobre la faz de toda la tierra” (Gen. 11:9, VM).
 
Babel es la raíz del nombre “Babilonia”, que se volvería sinónimo de oposición a Dios desde Daniel hasta el Apocalipsis.
 
Aplicaciones
 
Dios ha dicho que su pueblo sea fructífero, que se multiplique, difundiendo el evangelio por todo el mundo (cf. Mat. 28:18,20; Mar. 16:15,16; Hech. 8:4). Pero, cuando el orgullo impulsa la construcción de monumentos a propia vanidad, en lugar de glorificar a Dios, se repite el pecado de Babel.
 
Cuando alguno, en lugar de ser fructífero espiritualmente (cf. Jn. 15:8; Col. 1:10), intenta construir su propia seguridad material, repite la infidelidad de Babel.
 
Cuando los hombres rechazan la palabra de Dios, él los entrega a la confusión (cf. 2 Tes. 11,12), como lo sucedido en Babel. El mundo religioso expone el juicio de Dios en su confusión de credos y tradiciones.
 
¿Qué podría reunir a los hombres en un cuerpo y poner fin a la confusión religiosa? Solamente la total subordinación a la bendita palabra de Dios (Jn. 17:6,8,14,17,20,21; Hech. 2:42).
 
El mismo Dios que separó a los rebeldes incomunicándolos, reúne a todos los obedientes en un cuerpo (cf. Ef. 2:14-22). El mismo Dios que dispersó a la humanidad rebelde, convoca a todos los obedientes por su evangelio (cf. 1 Tes. 2:12; 2 Tes. 2:14; Heb. 3:1; 1 Ped. 2:9).
 
Babel representa la confusión y la división de la humanidad; pero, Sión, la ciudad del Dios vivo, la iglesia, expone la sabiduría de Dios. Este es el cuerpo compuesto de hombres y mujeres de todo idioma, cultura y nacionalidad, un reino inconmovible (Heb. 12:22,28), donde todos son uno en Cristo (Gal. 3:26-28).