Caminando sobre el agua

 


Por Josué I. Hernández

 
Los “hacedores de milagros” de la actualidad comúnmente se centran en dos cosas: Primeramente, en hablar en lenguas; y, en segundo lugar, en sanar a enfermos. Sin embargo, sus hechos no concuerdan con los milagros bíblicos. Hablar en lenguas era hablar otros idiomas sin haberlos estudiado (cf. Hech. 2:4-11). En cuanto a las sanidades bíblicas, eran casos auténticos que hasta los enemigos de la fe admitieron. Estas sanidades no eran simples dolores de cabeza o de espalda, o padecimientos internos, sino enfermedades verificables cuya sanidad era públicamente reconocida.
 
Todos sabemos que los “hacedores de milagros” no van a los hospitales a sanar a los enfermos de los diferentes pabellones, ni pueden hablar otros idiomas sin haberlos estudiado.
 
Piénselo detenidamente. Si los hombres de hoy pueden obrar milagros, ¿dónde están los demás efectos sobrenaturales, tales como, convertir el agua en vino o multiplicar los alimentos? ¿Quién puede caminar sobre el agua, como Jesucristo lo hizo (cf. Mat. 14:22-33; Mar. 6:45-52; Jn. 6:16-21)?
 
La señal
 
Después de alimentar a 5.000 Jesús no solo despidió a la multitud, sino que también hizo que los discípulos subieran a una barca y se fueran. Mientras él oraba, los discípulos procuraron avanzar a través de un mar que les era contrario. En algún momento, entre las 3 y las 6 de la mañana, Jesús vino al encuentro de ellos caminando sobre las aguas. Se asustaron sobremanera, y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les informó que era él, y cuando subió a la barca con ellos, el viento se detuvo. El apóstol Juan nos informa que inmediatamente la barca llevó a la orilla a la que se dirigían.
 
La extensión
 
Mateo registra un aspecto único de este milagro. Jesús permitió que Pedro experimentara lo que es caminar sobre el agua. “Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mat. 14:28-31).
 
Extender el milagro de manera semejante logró varias cosas. Confirmó a los apóstoles sobre la realidad que estaba sucediendo. Ilustró la disposición favorable de Jesucristo hacia ellos. Y les enseñó la valiosa lección de que, aunque la palabra de Cristo lo exprese, uno debe actuar con fe personal para tener éxito.
 
El propósito
 
El éxito de Pedro al caminar por la fe es un tremendo ejemplo. Así también lo es su fracaso cuando apartó la mirada de Jesús y se centró en sus circunstancias. También lo es su sencilla y ferviente oración, “¡Señor, sálvame!”. También lo es la respuesta del Señor. Debemos aplicar estas enseñanzas a nuestras vidas.
 
Sin embargo, como en todos los milagros de Jesucristo, el propósito principal fue demostrar quién es él. El registro de Marcos es muy instructivo al respecto, “Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban. Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones” (Mar. 6:51,52).
 
No era difícil para los discípulos el imaginar que el Creador y Señor del universo pudiese dejar de lado las leyes de la naturaleza. Lo que para ellos resultó difícil fue ver a Jesús como tal Ser. No obstante, esto es precisamente lo que Jesús es, el Creador y Señor del universo, el Altísimo, el Señor de nuestra vida.