El tema de los demonios está rodeado de supersticiones. La Biblia no
contiene ningún discurso formal sobre ellos. Sin aceptar esto caeremos en la
especulación vana. Hay dos cosas que debemos reconocer. En primer lugar, no somos testigos de
los fenómenos que involucraron la acción de los demonios durante el ministerio
público de Cristo, y luego, durante el ministerio de sus apóstoles. En segundo
lugar, la revelación al respecto es acotada, y no extensiva ni sistemática. Por
lo tanto, debemos movernos dentro de las márgenes delimitadas por Dios. (cf. 1 Cor.
4:6; Deut. 29:29). Es interesante aprender que la palabra “demonio” viene de un vocablo griego
usado para referirse a una “deidad inferior”. La Biblia no duda en describirlos
como seres malvados operando en conjunción con Satanás. Jesús expulsó demonios en numerosas ocasiones, lo cual asombraba, y, sobre
todo, señalaba cosas que debemos comprender acerca de Cristo. Veamos el
registro de Marcos. Al principio de su ministerio, un hombre con un “espíritu inmundo”
(Mar. 1:23) ingresó a la sinagoga de Capernaum donde el Señor estaba enseñando;
entonces, el endemoniado “dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con
nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo
de Dios” (Mar. 1:23,24). Sin duda alguna, fue un momento dramático. Pero
fue aún más sorprendente lo que sucedió después, “Pero Jesús le reprendió,
diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Y el espíritu inmundo, sacudiéndole con
violencia, y clamando a gran voz, salió de él” (Mar. 1:25,26). La reacción de
la multitud no se hizo esperar, “Y todos se asombraron, de tal manera que
discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que
con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?” (Mar.
1:27). En otra ocasión, Jesús expulsó demonios y no les permitía hablar. La Biblia
dice: “y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían” (Mar.
1:34). El conocimiento de los demonios era correcto (Sant. 2:19), pero Cristo
no necesitaba la propaganda de ellos. Recordamos al endemoniado gadareno (Mar. 5:1-20). Este hombre estaba
poseído por muchos espíritus. Los demonios mismos dijeron, “Legión me llamo;
porque somos muchos” (Mar. 5:9). Estos demonios hicieron al hombre inusualmente
fuerte, como una bestia, degradado en sus facultades mentales, “tenía su
morada en los sepulcros, y nadie podía atarle, ni aun con cadenas. Porque
muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían
sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos; y nadie le podía
dominar. Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y
en los sepulcros, e hiriéndose con piedras” (Mar. 5:3-5). Ante la persona de Jesucristo, Legión reaccionó de la siguiente forma: “Cuando
vio, pues, a Jesús de lejos, corrió, y se arrodilló ante él. Y clamando a gran
voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por
Dios que no me atormentes” (Mar. 5:6,7). Este caso bien ilustra que los demonios tienen emociones, deseos y poder de
razonamiento. Además, poseen una comprensión perfecta sobre la persona de
Jesucristo y su capacidad. Entonces, los demonios rogaron al Señor pidiendo permiso para que al dejar
al hombre pudiesen entrar en un hato de cerdos, lo cual resultó en la muerte de
los cerdos (Mar. 5:12,13). Más adelante, Marcos registra el caso de un muchacho poseído (Mar. 9:14-29),
al cual el espíritu lo atormentaba con gran maldad. El padre del joven dijo, “dondequiera
que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va
secando… muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle” (Mar.
9:18,22). El padre también dijo que su hijo desde niño sufría la posesión (Mar.
9:21). “Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba,
reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando,
sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y
sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos
decían: Está muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se
levantó” (Mar. 9:25-27). Cristo había dado a sus discípulos autoridad sobre los demonios (Mar. 6:7).
No obstante, ellos no pudieron expulsar a este demonio (Mar. 9:18,28). Todo
indica que este demonio era de voluntad más firme, o fuerte, que otros. Jesús
dijo que el problema de fondo era la falta de fe de los apóstoles (cf. Mat.
17:20,21). La posesión demoníaca produjo una serie de efectos físicos que degradaron a
las personas poseídas; pero, en ningún caso los poseídos se volvieron pecadores
por la posesión misma. El profeta Zacarías predijo el día en que la profecía y los espíritus
inmundos serían eliminados de la tierra (Zac. 13:2). Ese día sucedió en la
época en que se abrió el manantial para la purificación del pecado y la
inmundicia (Zac. 13:1; Mat. 26:28; Apoc. 1:5; Hech. 22:16). La posesión demoníaca correspondía al tiempo del establecimiento del reino
de los cielos. Dios la permitió porque proporcionaba evidencia contundente de
la identidad de Jesucristo. Incluso, los críticos más feroces sabían que la
expulsión de los demonios requería un poder superior, el de Dios. Debido a
esto, Jesús dijo, “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los
demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mat. 12:28).