Pocas veces vemos un hombre más celoso que Jehú, quien fue ungido como rey
sobre Israel y comisionado para herir a la casa de Acab y vengar la sangre de
los profetas y de todos los siervos de Jehová (2 Rey. 9:7). La Biblia nos
informa de cómo Jehú emprendió su misión con diligencia. Jehú comenzó matando a Joram, el rey de Israel, hijo de Acab (2 Rey.
9:14-26). Su cuerpo fue arrojado en un extremo de la heredad de Nabot. Luego,
mató a Ocozías, rey de Judá, nieto de Acab por medio de Atalía (2 Rey.
9:27-29). Después siguió Jezabel, la abominable viuda de Acab. Jehú ordenó que
la arrojaran desde una ventana y él la atropelló (2 Rey. 9:30-37). Pero, Jehú estaba apenas comenzando. Acab tenía setenta hijos, o
descendientes, en Samaria. Jehú ordenó que enviaran sus cabezas a Jezreel (2
Rey. 10:1-10). Entonces, Jehú agrupó las cabezas en dos montones a la puerta de
la ciudad, y luego mató “a todos los que habían quedado de la casa de Acab
en Jezreel, a todos sus príncipes, a todos sus familiares, y a sus sacerdotes,
hasta que no quedó ninguno” (2 Rey. 10:11). Mientras se dirigía a Samaria, Jehú se encontró con cuarenta y dos parientes
de Ocozías y los degolló (2 Rey. 10:12-14), y en Samaria mató a todos los que
quedaban del linaje de Acab (2 Rey. 10:17). Pero, Jehú no había terminado. Proclamó una asamblea solemne en honor a
Baal, y convocó a todos sus adoradores. Cuando llegaron para el sacrificio, los
hombres de Jehú los mataron a todos. Luego, profanó el templo de Baal quemando
sus estatuas, y quemando la misma estatua de Baal, para luego derribar el
templo y convertirlo en letrinas (2 Rey. 10:18-28). Dios elogió a Jehú por su esfuerzo y prometió extender su dinastía hasta la
cuarta generación (2 Rey. 10:30). Sin embargo, por boca de Oseas Dios habló, “yo
castigaré a la casa de Jehú por causa de la sangre de Jezreel, y haré cesar el
reino de la casa de Israel” (Os. 1:4). ¿Por qué Dios castigaría a la casa de Jehú si él hizo lo que Dios le había
ordenado? La respuesta está en lo que Jehú no hizo. Jehú no anduvo en la
ley de Dios con todo su corazón: “Mas Jehú no cuidó de andar en la ley de
Jehová Dios de Israel con todo su corazón, ni se apartó de los pecados de
Jeroboam, el que había hecho pecar a Israel” (2 Rey. 10:31). La Biblia revela un detalle adicional, Jehú dejó la imagen de Asera que
Acab había erigido en Samaria (cf. 1 Rey. 16:33; 2 Rey. 13:6). La Biblia indica que Jehú no obedeció por amor a Dios, ni por reverencia
ante su palabra. Jehú obedeció en lo que le fue conveniente, lo cual a su vez
lo dejó como rey. Su desobediencia a un mandamiento de Dios demostró que habría
desobedecido cualquier otro mandamiento, si hubiera sido contrario a sus
intereses. En otras palabras, su obediencia fue una acción política, no piadosa;
una obediencia selectiva y motivada por la conveniencia. Esta es la gran lección de la vida de Jehú. Si obedecemos a lo que Dios
dice, porque nos parece agradable y conveniente, conforme a nuestro deseo e
intereses, estamos haciendo nuestra propia voluntad, no la de Dios. Por más
celosos y entusiastas que seamos, no habrá bendición de Dios para nosotros si
solo buscamos nuestra conveniencia.