Mostrar celo por lo que es bueno es algo
elogiado por Dios (cf. Gal. 4:18). Sin embargo, el celo sin conocimiento y
sumisión es algo desastroso (cf. Rom. 10:2). En otras palabras, el celo debe expresarse
en la obediencia a la palabra de Dios. Abram y Sarai llevaban 10 años en la tierra
prometida (Gen. 16:3) pero no tenían hijo aún (Gen. 16:1). Entonces, conforme a
la costumbre de aquellos años, en aquel lugar del mundo, bajo una dispensación
diferente a la nuestra (época patriarcal), Sarai llegó a la conclusión de que
ella y Abraham podrían “ayudar a Dios” a cumplir su promesa usando a la esclava
Agar (Gen. 16:2,3). Los resultados fueron desastrosos. El conflicto familiar
fue intenso (Gen. 16:4-16), y más tarde, Abram tuvo que expulsar a Ismael y a
su madre, Agar, para evitar toda confusión sobre quién sería el heredero legítimo
de Abram (Gen. 21:8-21). Algunos están cometiendo el mismo error de Sarai
y Abram. Por ejemplo, creyendo que deben modernizar el culto, hacen cambios que
pretenden mejorar la adoración. Introducen coros, cuartetos, y cantantes
profesionales, procurando emocionar y avivar a la audiencia. Exigen sermones
más breves, pero que sean dramáticos, procurando convencer a los incrédulos y
evitar que se duerman los otros. Alquilan el servicio de autobuses para atraer
a los niños, a los jóvenes, y a los padres de estos, usando de trucos
promocionales, para llenar el edificio. Realizan proyectos a nivel de hermandad
en los cuales varias iglesias participan. No obstante, ninguna de estas innovaciones
puede ayudar a Dios a cumplir su propósito eterno (cf. Ef. 3:11). Por el
contrario, las innovaciones de la sabiduría humana nos dejarán frustrados, a pesar
de nuestro celo (cf. Mat. 7:21; Heb. 5:9). Necesitamos aprender del error de Sarai y Abram,
para no repetirlo. Dios no necesita nuestra ayuda.