Transubstanciación es la “palabra aplicada a la
supuesta conversión o cambio de la sustancia del pan y del vino, en la
eucaristía, en el cuerpo y la sangre de Jesucristo en el momento en que el
sacerdote oficiante pronuncia las palabras de la consagración” (McClintock and
Strong Biblical Cyclopedia). Según esta doctrina, el pan y el vino
permanecen iguales en apariencia, es decir, continúan siendo pan y vino a los
sentidos de uno, aunque han cambiado en esencia, o sustancia, milagrosamente. Los
términos “sustancia” y “accidente”, que se han usado a través de los últimos siglos
para explicar la transubstanciación, provienen de la metafísica aristotélica. “El cambio efectuado por la transubstanciación
se declara tan perfecto y completo que, por conexión y concomitancia, el alma y
la divinidad de Cristo coexisten con su carne y sangre bajo las especies del
pan y del vino; y así los elementos, y cada partícula de ellos, contienen a
Cristo en su totalidad: divinidad, humanidad, alma, cuerpo y sangre, con todas
sus partes componentes. Nada queda del pan y del vino excepto los accidentes.
El Dios y hombre entero, Cristo Jesús, está contenido en el pan y en el vino, y
en cada partícula del pan y en cada gota del vino” (McClintock and Strong
Biblical Cyclopedia). Esta doctrina no surgió de Cristo, ni de sus
apóstoles. La Biblia no la enseña. Más de 1.000 años después de Cristo, en el
Concilio de Letrán (1215 D.C.) fue adoptada, y fue formalizada en el Concilio
de Trento (1545-63 D.C.). El Concilio Vaticano la reafirmó (1962-65 D.C.).
Lenguaje figurado
Distinguir entre el lenguaje figurado y el
lenguaje literal es imprescindible a la hora de interpretar las sagradas
Escrituras. Con el lenguaje figurado las palabras tienen un significado
especial fuera del significado común o usual. Por el contrario, con el lenguaje
literal podemos interpretar cada palabra en su significado ordinario. La comunicación humana se expresa usando figuradas,
las cuales adornan y embellecen el lenguaje, y expresan de una forma sencilla
aquello que podría ser más complejo; y Dios al revelarse a nosotros se ha
expresado usando, no solamente lenguaje literal, sino también lenguaje figurado. Usualmente, los factores determinantes que son
esenciales para la comprensión bíblica serían: El contexto (inmediato y remoto),
la gramática, la consistencia (la armonía en la revelación, la Biblia no se
contradice), y el sentido común. En el uso de nuestro sentido común, una expresión
debe considerarse literal a menos que sea un imposible textual. Cuando Jesús hablaba de su “cuerpo” y de su “sangre”
no estaba usando lenguaje literal, sino figurado (cf. Mat. 26:26,28). ¿Cómo
podría referirse a su propio cuerpo y sangre si todavía poseía su cuerpo y
sangre literalmente? Además, Cristo dijo “fruto de la vid” (Mat. 26:29) como un
elemento representativo de su sangre, pero que siempre era fruto de la vid. La sustancia
líquida no había cambiado, seguía siendo esencialmente la misma. Ningún milagro
había ocurrido en esa ocasión. “Si Cristo hubiera desaparecido en ese momento,
habrían entendido que su cuerpo se había transformado en el pan, pero su cuerpo
todavía estaba, y el pan se repartió y se comió. Por lo tanto, ellos no podían
creer que el pan era su cuerpo literal” (W. Partain).
Una metáfora
La metáfora es una figura de lenguaje muy
común, y fácilmente reconocida. Esta expresión trae a la mente una imagen que
logra una elocuente representación. Por ejemplo, “Cachorro de león, Judá”
(Gen. 49:9). Pero, Judá no era un cachorro de león, aunque sí manifestaba
algunos rasgos de carácter que lo asemejaban. Cuando Jesús dijo, “Id, y decid a aquella
zorra” (Luc. 13:31,32), nadie entendió que Jesús creía que Herodes era literalmente
un animal cuadrúpedo, peludo, y con cola. En otra ocasión, Jesús dijo, “Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos” (Jn. 15:5). ¿Puede hallar otras
metáforas? Será instructivo encontrarlas y descubrir su sentido.
Memorial no presencial
Jesucristo dijo, “haced esto en memoria de
mí” (Luc. 22:19; 1 Cor. 11:24). El Señor nunca enseñó que él estaría presente
físicamente durante la cena, “Así, pues, todas las veces que comiereis
este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él
venga” (1 Cor. 11:26). En un esfuerzo por mantener con alguna
apariencia bíblica el dogma de la transubstanciación, se ha citado el “texto de
prueba” que señalaría la “evidencia” de que Cristo realmente está presente en
el pan y el fruto de la vid. Este texto es Juan 6:53,54: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo:
Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida
en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y
yo le resucitaré en el día postrero” (RV 1960). Cuando estudiamos lo que dijo el Señor,
aprendemos que él hablaba de estar comiendo y bebiendo en ese mismo momento, y
continuar haciéndolo como un proceso (texto griego). Pero, los discípulos no
estaban comiendo la carne ni bebiendo la sangre del Señor en ese preciso instante. En el contexto aprendemos que el “comer” y el “beber”
tienen como resultado la “vida”. Estos verbos simbolizan la recepción de las “palabras”
del Señor, es decir, su enseñanza (Jn. 6:27,63). Por lo tanto, ingerir a Jesús
(su cuerpo y su sangre) equivale a consumir su sagrada instrucción. Esto se
confirma por la mutua permanencia (Jn. 6:6,56) la cual es una consecuencia de “comer”
y “beber” la carne y la sangre de Jesucristo (cf. 1 Jn. 3:24).
Conclusión
La evidencia bíblica es contundente en contra
del dogma de la transubstanciación. Las referencias a la participación del
cuerpo y de la sangre del Señor son figuras retóricas, no la indicación de
algún milagro. Nunca fue necesario interpretar las palabras de
Cristo conforme a la nomenclatura aristotélica de “sustancia” y “accidente”.
Sencillamente, el Señor Jesucristo no estaba expresándose en términos metafísicos-aristotélicos
cuando dijo, “esto es mi cuerpo… esto es mi sangre” (Mat. 26:26,28). Piénselo detenidamente. La vara de Moisés se
transformó en una serpiente. El cambio fue radical, en sustancia, en esencia.
Todos los atributos sustanciales de una serpiente estaban presentes en lo que
antes era una vara. Semejante milagro fue evidente para los sentidos. No era
una serpiente con las características de una vara, realmente era una serpiente
(Ex. 3:2-5; 7:10-12). No hay evidencia bíblica de algún milagro que
no sea percibido por los sentidos. La transubstanciación es un fraude.