Por Josué I. Hernández
Dios preguntó al primer hombre Adán, “¿Dónde
estás tú?” (Gen. 3:9). Esta pregunta no estaba diseñada para aprender. Dios
no necesita aprender. Dios sabía la respuesta. La pregunta tenía la intención
de que Adán se detuviera a evaluar su condición espiritual. Él había pecado y
procuraba esconderse de Dios.
“¿Dónde estás tú?”, es una buena pregunta, una
que debemos responder honesta y objetivamente. Debemos detenernos a evaluar
nuestra condición y observar dónde estamos.
¿Dónde se encuentra usted en su relación con
Dios? ¿Está en Cristo, y, por lo tanto, es salvo (2 Cor. 5:17)? ¿Sí? ¿Cómo lo
sabe? ¿Está seguro (2 Cor. 13:5)? ¿Está creciendo en la gracia y el
conocimiento del Señor (2 Ped. 3:8)? ¿Se ha estancado en su crecimiento, o, tal
vez, está retrocediendo en su caminar cristiano (Heb. 10:39)? ¿Su vida es una
de pureza y servicio (Sant. 1:27)? ¿Está haciendo algún progreso en su lucha
contra las fuerzas del mal (Ef. 6:12)? ¿Anima usted a sus hermanos cuando
llegan las oportunidades de reunirse con ellos, o, tal vez, ellos no saben dónde
se encuentra usted (Heb. 10:24,25)?
¿Dónde se encuentran ustedes, como familia? ¿Es
Cristo el centro de su hogar? ¿Es su vida familiar una experiencia de
obediencia a él? ¿Demuestran sus actividades que Cristo ocupa el principal
lugar en sus vidas? ¿Están sus hijos aprendiendo cómo servir al Señor?
¿Dónde se encuentran ustedes como iglesia? ¿Trabajan
como un cuerpo o simplemente se dejan llevar (Hech. 2:42; 1 Cor. 12:27)? ¿Son
una luz en la comunidad? ¿Actúan como un megáfono de la bendita palabra de Dios
(1 Tes. 1:8)? ¿Están unidos en una misma mente y parecer (1 Cor. 1:10)? ¿Procuran
edificarse los unos a los otros (1 Cor. 14:26; Jud. 20)? ¿Pueden amonestarse
los unos a los otros (Rom. 15:14)? ¿Se sirven por amor los unos a los otros
(Gal. 5:13)?
¿Dónde, realmente, estamos?