¿El cielo en la tierra?

 


Por Josué I. Hernández

 
Algunos abrazan la esperanza de una tierra renovada, un paraíso en la tierra, la esperanza del cielo en la tierra. Supuestamente, nuestro planeta será purificado al final de los tiempos. Sin embargo, esta doctrina carece de fundamento, siendo el resultado de una falta de comprensión de la naturaleza simbólica de varios pasajes de las sagradas Escrituras. Sencillamente, por tratar como literal algunas figuras retóricas se ha llegado a conclusiones que pasan por alto las más claras enseñanzas de Cristo y sus apóstoles.
 
Los testigos del Atalaya, junto con otros escritores denominacionales, sostienen que con la segunda venida de Cristo la tierra llegará a ser purificada por el fuego. Posteriormente, este planeta será la residencia de los fieles por la eternidad. Según esta falsa doctrina, una “nueva tierra” será lo que llamamos “cielo”.
 
La distinción entre el cielo y la tierra
 
Una de las distinciones más claras en la Biblia es la que existe entre el cielo, es decir, la morada de Dios (ej. Sal. 115:16) y la tierra. La distinción bíblica entre estos dos ámbitos se vuelve aún más evidente con el estudio cuidadoso.
 
El Señor Jesucristo prohibió jurar por el cielo, e indicó la razón, “porque es el trono de Dios”. Luego, el Señor declaró que la tierra es para Dios, “el estrado de sus pies” (Mat. 5:34,35). Jesucristo enseñó que el cielo y la tierra son dos ámbitos diferentes. Nunca habló de ellos intercambiablemente, como si fueran lo mismo.  
 
Cuando enseñó a orar a sus discípulos, Jesucristo dijo que ellos deben anhelar que la voluntad de Dios se haga “como en el cielo, así también en la tierra” (Mat. 6:10). Luego, les enseñó que no deben acumular “tesoros en la tierra”, sino hacerse de “tesoros en los cielos” (Mat. 6:19,20). En fin, toda doctrina que iguala el cielo con la tierra, y que mueve los corazones a poner la esperanza en la tierra (cf. Col. 3:2), contradice la doctrina de Cristo.
 
La esperanza del cristiano “está guardada en los cielos” (Col. 1:5; Fil. 3:20). Esta esperanza es “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Ped. 1:3,4).  
 
Conclusión
 
Cristo no regresará del cielo para estar con su pueblo en una tierra renovada, sino para llevarlo a la casa del Padre, “En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy, pues, a preparar lugar para vosotros…” (Jn. 14:2,3; cf. 1 Tes. 4:16-18).
 
La entrada de Cristo al cielo fue representada con la entrada del sumo sacerdote al lugar santísimo (Heb. 9:24; 10:20). Al entrar al cielo, Cristo fue hecho nuestro “precursor” (Heb. 6:20) para dejarnos un camino a la vida eterna en el cielo (Jn. 14:4-6).
 
Las declaraciones figuradas sobre “cielos nuevos” y “tierra nueva” (Is. 65:17; 66:22; 2 Ped. 3:13; Apoc. 21:1) deben interpretarse conforme las enseñanzas más claras del registro sagrado. La Biblia no enseña la renovación literal de los cielos y la tierra.