Adorar sin cambiar



Por Josué I. Hernández

 
En una ocasión, el Señor contó la parábola de dos hombres que fueron al templo a orar. Uno era un fariseo que oraba acerca de su grandeza, de cuánto superaba a los demás. Es interesante notar que Cristo dijo que este fariseo “oraba consigo mismo”. El otro era un publicano, un recaudador de impuestos, el cual no se atrevía a acercarse, y ni siquiera hizo el intento de alzar los ojos a los cielos, mientras se golpeaba el pecho y suplicaba misericordia, “Dios, sé propicio a mí, pecador”. La conclusión de Jesús es la siguiente: “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Luc. 18:9-14).
 
Es aterrador considerar con cuánta facilidad podríamos ser como el fariseo: Adorar cumpliendo el procedimiento estándar, para volver a casa siendo la misma persona de siempre. Es decir, adorar sin cambiar, pasar por la forma del culto, sin transitar por la función del culto. En semejante caso, nada habrá sucedido, nada habrá cambiado.
 
¿Cómo es posible que lleguemos a realizar semejante cosa? Todo radica en el propósito por el cual asistimos a la adoración. Piénselo detenidamente. Si nuestro motivo fue complacer a otros, la obligación, alguna razón egoísta, etc., no es de extrañar que no nos afecte la adoración. Si prestamos poca atención a las palabras de los himnos, a las oraciones, al sermón, etc., estaremos presentes sin participar de lo que está sucediendo. Tal vez, podamos pensar en lo mucho que otro necesita la lección, como si no la necesitáramos nosotros también. Tal vez, podríamos descartar la posibilidad de que estemos equivocados cuando la enseñanza contradice nuestras convicciones. Tal vez, podríamos tomar con poca seriedad la palabra de Dios.
 
No es difícil seguir los pasos del fariseo de la parábola de Jesús, aunque nos cueste admitirlo. ¡Cuán fácilmente podemos sentirnos satisfechos de lo mucho que pensamos haber hecho, de que somos mejores que otros, y que no necesitamos de la gracia! Adorando de esta forma, con esta actitud, lo hacemos para nosotros mismos.