En el mercado de antigüedades fácilmente
podemos encontrar cosas que lucen muy bien, pero que no funcionan. Es difícil hallar
una antigüedad que una vez restaurada funcione como antaño. Me temo que no pocas
personas encajan en esta descripción, “se ve bien, pero no funciona”. Hacen muchas
cosas que lucen bien, pero están fallando en lo único realmente importante:
Agradar a Dios (cf. 2 Cor. 5:9; Col. 1:10). Un hombre puede lucir bien con su trabajo,
recibiendo la retribución monetaria debida a su esfuerzo mientras varios otros
se benefician de su labor. Puede lucir bien con su familia, lucir bien con sus
vecinos, e incluso, puede lucir bien con sus muchas cualidades encomiables. Podría
lucir bien en eso y en mucho más, y ser un fracaso. Nuestro propósito es servir a Dios, agradándole
en todo, y por lo tanto, glorificarlo (cf. Rom. 11:36; Apoc. 14:7). La única
manera en que podemos estar bien con Dios es a través de Jesucristo (Hech.
4:12). Debemos ser verdaderos cristianos, discípulos legítimos de Jesús (Jn.
8:31,32). Debemos vivir de esa manera, y morir de esa manera. Si no lo hacemos,
fracasamos. En fin, no importa lo bien que luce nuestra
vida si no funciona para con Dios. Jesús dijo, “Porque ¿qué aprovechará al
hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el
hombre por su alma?” (Mat. 16:26). Alguno podría comprar un artículo que luce bien
aunque no funcione. Podría tenerlo de exhibición en algún rincón de su casa.
Tal vez, podría arreglarlo, si tiene las piezas faltantes y la habilidad
suficiente. En semejante caso, no solo lucirá bien, además de ello, funcionará. En el día final no seremos juzgados por cómo
lucía nuestra vida. La cuestión determinante es si funcionó como debería. Entonces,
¿funcionamos o solo lucimos bien?