A pesar de que el arrepentimiento es
un tema descuidado en la predicación moderna, la Biblia no cesa de enfatizarlo. Es
más, el arrepentimiento es un tema prominente en toda la historia bíblica, y es
una marca distintiva en la predicación del evangelio de Jesucristo. El Señor Jesús mandó que se
predicara el arrepentimiento en su nombre a todas las naciones (Luc. 24:46,47),
y los apóstoles llamaron al arrepentimiento cuando predicaban (Hech. 2:36-38;
3:19; 17:30,31). Debemos ajustarnos a este patrón.
El arrepentimiento (gr. “metanoia”) debe
entenderse como “un cambio de mentalidad” (Thayer), “cambio de parecer… este
cambio de parecer involucra tanto un apartarse del pecado como un acercarse a
Dios” (Vine). El arrepentimiento es un cambio de
mente, un cambio a mejor; es la firme decisión de dar la espalda al pecado y
volvernos a Dios. La parábola del “hijo pródigo” bien ilustra lo que es el
arrepentimiento, no una emoción, sino un viaje (Luc. 15:11-32). El arrepentimiento es precedido por
la tristeza piadosa, y seguido por una vida cambiada (Hech. 2:37,38,41; 3:19;
cf. Mat. 21:28-30). Es decir, después de la tristeza piadosa y antes de la vida
convertida siempre estará el arrepentimiento.
Lo que produce arrepentimiento
El apóstol Pablo dijo, “Porque la
tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que
conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce
muerte” (2 Cor. 7:10, LBLA). Dos tipos de tristeza son
mencionados. Sin embargo, solo un tipo de tristeza produce el arrepentimiento:
La tristeza piadosa (cf. Sal. 51:4). Mientras la tristeza del mundo produce
muerte, la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce el arrepentimiento
para salvación.
¿Cómo se produce
la tristeza piadosa?
Solamente la palabra de Dios logrará
esta clase de tristeza, “Porque aunque os contristé con la carta, no me
pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por
algún tiempo, os contristó. Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados,
sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido
contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte”
(2 Cor. 7:8,9). La carta de Pablo había entristecido
a los corintios. Sin embargo, esta tristeza movió sus corazones al
arrepentimiento. Esta es la manera en que fue predicado el evangelio: Enfocar
la bondad de Dios (Rom. 2:4); luego, señalar el pecado (Rom. 3:23); y por último,
advertir sobre las consecuencias (Rom. 2:5-11). ¿Puede identificar estos elementos en 1 Corintios? En el libro Hechos podemos observar
cómo estos tres elementos se utilizaron lograr el arrepentimiento: Enfocar la
bondad de Dios, señalar el pecado, y advertir sobre las consecuencias. Podemos observar estos elementos en
las epístolas a Éfeso, Pérgamo, Tiatira, Sardis y Laodicea (Apoc. 2,3). Es más,
podemos encontrar estos mismos elementos en la predicación de los profetas, y
en la predicación de Jesucristo.
Los frutos del verdadero
arrepentimiento
El apóstol Pablo dijo que el
arrepentimiento siempre produce algo, una vida llena de frutos, una vida
convertida a Dios: “Porque mirad, ¡qué solicitud ha producido en vosotros
esto, esta tristeza piadosa, qué vindicación de vosotros mismos, qué
indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué castigo del mal! En todo
habéis demostrado ser inocentes en el asunto” (2 Cor. 7:11; LBLA). El arrepentimiento no podría pasar
desapercibido: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Luc. 3:8),
“se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento” (Hech. 26:20; cf. 26:18).
Conclusión
¿Realmente nos hemos arrepentido? Si
no, necesitamos experimentar la tristeza piadosa que produce el arrepentimiento
(cf. Hech. 2:37). Debemos enfocar el gran amor de Dios,
contemplar nuestro pecado, y temblar por las consecuencias que nos esperan si rechazamos
el amor de la verdad para ser salvos (2 Tes. 2:10-12).