El verdadero arrepentimiento


 
Por Josué I. Hernández

 
A pesar de que el arrepentimiento es un tema descuidado en la predicación moderna, la Biblia no cesa de enfatizarlo. Es más, el arrepentimiento es un tema prominente en toda la historia bíblica, y es una marca distintiva en la predicación del evangelio de Jesucristo.
 
El Señor Jesús mandó que se predicara el arrepentimiento en su nombre a todas las naciones (Luc. 24:46,47), y los apóstoles llamaron al arrepentimiento cuando predicaban (Hech. 2:36-38; 3:19; 17:30,31). Debemos ajustarnos a este patrón.
 
Lo que no es el arrepentimiento
 
La Biblia enseña que alguno podría reconocer su pecado (Hech. 24:25; Rom. 1:32), admitiéndolo (Mat. 27:3,4), sin arrepentirse. Por lo tanto, el arrepentimiento no es un mero reconocimiento o admisión.
 
La Biblia nos enseña que algunos cambiaron su conducta (Hech. 21:32) y algunas de sus creencias (Jn. 12:42,43), e incluso, manifestaron alguna conmoción emocional (Hech. 2:37), pero necesitaban arrepentirse. Por lo tanto, el arrepentimiento no es un cambio de conducta, de creencias y emociones.
 
La Biblia nos enseña cómo Saúl confesaba cuán mal se comportaba al perseguir a David, sin arrepentirse de su maldad (1 Sam. 24:16,17; 26:21). Por lo tanto, el arrepentimiento no es confesar el pecado.
 
Lo que es el arrepentimiento
 
El arrepentimiento (gr. “metanoia”) debe entenderse como “un cambio de mentalidad” (Thayer), “cambio de parecer… este cambio de parecer involucra tanto un apartarse del pecado como un acercarse a Dios” (Vine).
 
El arrepentimiento es un cambio de mente, un cambio a mejor; es la firme decisión de dar la espalda al pecado y volvernos a Dios. La parábola del “hijo pródigo” bien ilustra lo que es el arrepentimiento, no una emoción, sino un viaje (Luc. 15:11-32).
 
El arrepentimiento es precedido por la tristeza piadosa, y seguido por una vida cambiada (Hech. 2:37,38,41; 3:19; cf. Mat. 21:28-30). Es decir, después de la tristeza piadosa y antes de la vida convertida siempre estará el arrepentimiento.
 
Lo que produce arrepentimiento
 
El apóstol Pablo dijo, “Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Cor. 7:10, LBLA).  
 
Dos tipos de tristeza son mencionados. Sin embargo, solo un tipo de tristeza produce el arrepentimiento: La tristeza piadosa (cf. Sal. 51:4). Mientras la tristeza del mundo produce muerte, la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce el arrepentimiento para salvación.
 
¿Cómo se produce la tristeza piadosa?
 
Solamente la palabra de Dios logrará esta clase de tristeza, “Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo, os contristó. Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte” (2 Cor. 7:8,9).
 
La carta de Pablo había entristecido a los corintios. Sin embargo, esta tristeza movió sus corazones al arrepentimiento. Esta es la manera en que fue predicado el evangelio: Enfocar la bondad de Dios (Rom. 2:4); luego, señalar el pecado (Rom. 3:23); y por último, advertir sobre las consecuencias (Rom. 2:5-11). ¿Puede identificar estos elementos en 1 Corintios?
 
En el libro Hechos podemos observar cómo estos tres elementos se utilizaron lograr el arrepentimiento: Enfocar la bondad de Dios, señalar el pecado, y advertir sobre las consecuencias.
 
Podemos observar estos elementos en las epístolas a Éfeso, Pérgamo, Tiatira, Sardis y Laodicea (Apoc. 2,3). Es más, podemos encontrar estos mismos elementos en la predicación de los profetas, y en la predicación de Jesucristo.
 
Los frutos del verdadero arrepentimiento
 
El apóstol Pablo dijo que el arrepentimiento siempre produce algo, una vida llena de frutos, una vida convertida a Dios: “Porque mirad, ¡qué solicitud ha producido en vosotros esto, esta tristeza piadosa, qué vindicación de vosotros mismos, qué indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué castigo del mal! En todo habéis demostrado ser inocentes en el asunto” (2 Cor. 7:11; LBLA).
 
El arrepentimiento no podría pasar desapercibido: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Luc. 3:8), “se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hech. 26:20; cf. 26:18).
 
Conclusión
 
¿Realmente nos hemos arrepentido? Si no, necesitamos experimentar la tristeza piadosa que produce el arrepentimiento (cf. Hech. 2:37).
 
Debemos enfocar el gran amor de Dios, contemplar nuestro pecado, y temblar por las consecuencias que nos esperan si rechazamos el amor de la verdad para ser salvos (2 Tes. 2:10-12).