Luego que Jesús expulsó del templo a los que
comerciaban con animales, y volcó las mesas de los cambistas, y obligó incluso
a los que vendían palomas para que quitaran del templo su comercio, los judíos
solicitaron alguna señal que justificara sus acciones (Jn. 2:18), entonces
Jesús les respondió, “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”
(Jn. 2:19). Jesús estaba hablando de su resurrección (Jn. 2:20-22). Cuando algunos escribas y fariseos insistieron por
una señal además de los muchos y diversos milagros que Jesús ya había hecho, él
les dijo, “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le
será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el
vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en
el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mat. 12:39,40). Jesús describió su amor por nuestras almas como
un buen pastor que da su vida por las ovejas, “Por eso me ama el Padre,
porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo
de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a
tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Jn. 10:17,18). En diferentes ocasiones Jesús habló de su resurrección
de entre los muertos. Esta es la prueba definitiva de que él es quien decía ser
(Rom. 1:4), la prueba definitiva de que el Padre lo aprobaba (Hech. 13:13-15).
Es nuestra garantía de que su expiación por nosotros fue aceptada (Heb. 9:11,12;
1 Ped. 1:18-22). Es la base de nuestra esperanza (1 Cor. 15:12-19). Es la
prueba de que él un día nos juzgará (Hech. 17:31). Es la piedra angular de la
fe que predicamos. La salvación en un Mesías (Cristo) crucificado
y resucitado fue el mensaje que predicaron los apóstoles. Los apóstoles son los
testigos de Cristo al mundo (Hech. 1:8). Con frecuencia, durante cuarenta días,
Jesucristo se presentó vivo a ellos con muchas pruebas indubitables (Hech. 1:3-8).
De hecho, el apostolado requería que diesen testimonio ocular del Señor
resucitado (Hech. 1:22). La tumba quedó vacía, y el cadáver nunca fue
encontrado. ¿Cómo se explica esto? La resurrección de Jesús es la única explicación
que se ajusta a todos los hechos, ya sean las profecías como los sucesos que
rodean la tumba misma. Las teorías de una identidad equivocada, un cadáver
sustraído, etc., no se ajustan a los hechos. La incapacidad de los enemigos de Jesús para contradecir
la resurrección. Sobornaron
a los guardias de la tumba para que mintieran (Mat. 28:11-15), pero no lograron
detener la historia de que Jesús había resucitado. Es interesante que Gamaliel,
un líder eminente entre los oponentes al evangelio, tuvo que admitir la
posibilidad de que la resurrección fuera genuina (Hech. 5:38,39). Las apariciones corporales de Jesús después de
su resurrección (1 Cor. 15:3-11). Muchas personas lo vieron. En una ocasión se apareció a una multitud de
más de 500 personas. Comió y bebió con los discípulos para demostrar que no era
un espíritu (Luc. 24:38-43), e invitó a Tomás a que examinara su cuerpo para
verificar (Jn. 20:26-29). El cambio de carácter de los apóstoles. Antes de la resurrección, Pedro era
cobarde (Luc. 22:54-62). Él y los demás estaban escondidos tras puertas
cerradas por el miedo (Jn. 20:19). Sin embargo, luego fueron capaces de
predicar con tal valentía que desafiaron al mismo Sanedrín (Hech. 4:18-21;
5:27-32). Los apóstoles sufrieron por su testimonio (1 Cor. 4:9-13; 2 Cor.
4:7-10) y ninguno de ellos se retractó. Los acontecimientos del Pentecostés que siguió a
su resurrección. Los
apóstoles hablaron diversos idiomas cuando el Espíritu Santo fue derramado
(Hech. 2:1-4), lo cual cumplió la promesa de Joel (Hech. 2:16). Esto
significaba que habían comenzado los postreros días y que el Mesías se había
sentado a la diestra de Dios (Hech. 2:33-36). La iglesia del Señor, el día del Señor, la cena
del Señor, el bautismo. Todos ellos, por su misma existencia y significado, dan testimonio de la
resurrección de Cristo.
Conclusión
La salvación está disponible solamente en el Cristo
resucitado (Hech. 4:10-12). Debemos creer de todo corazón que Dios lo levantó
de los muertos (Rom. 4:23-25) y confesarlo como Señor (cf. Hech. 8:37; Rom.
10:9,10). Entonces, el creyente arrepentido debe ser sumergido en la muerte de
Jesús para resucitar con él a una vida nueva (cf. Hech. 2:38; Rom. 6:3,4).