La resurrección de Jesucristo

 


Por Josué I. Hernández

 
Luego que Jesús expulsó del templo a los que comerciaban con animales, y volcó las mesas de los cambistas, y obligó incluso a los que vendían palomas para que quitaran del templo su comercio, los judíos solicitaron alguna señal que justificara sus acciones (Jn. 2:18), entonces Jesús les respondió, “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Jesús estaba hablando de su resurrección (Jn. 2:20-22).
 
Cuando algunos escribas y fariseos insistieron por una señal además de los muchos y diversos milagros que Jesús ya había hecho, él les dijo, “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mat. 12:39,40).
 
Jesús describió su amor por nuestras almas como un buen pastor que da su vida por las ovejas, “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Jn. 10:17,18).
 
En diferentes ocasiones Jesús habló de su resurrección de entre los muertos. Esta es la prueba definitiva de que él es quien decía ser (Rom. 1:4), la prueba definitiva de que el Padre lo aprobaba (Hech. 13:13-15). Es nuestra garantía de que su expiación por nosotros fue aceptada (Heb. 9:11,12; 1 Ped. 1:18-22). Es la base de nuestra esperanza (1 Cor. 15:12-19). Es la prueba de que él un día nos juzgará (Hech. 17:31). Es la piedra angular de la fe que predicamos.
 
La salvación en un Mesías (Cristo) crucificado y resucitado fue el mensaje que predicaron los apóstoles. Los apóstoles son los testigos de Cristo al mundo (Hech. 1:8). Con frecuencia, durante cuarenta días, Jesucristo se presentó vivo a ellos con muchas pruebas indubitables (Hech. 1:3-8). De hecho, el apostolado requería que diesen testimonio ocular del Señor resucitado (Hech. 1:22).
 
La tumba quedó vacía, y el cadáver nunca fue encontrado. ¿Cómo se explica esto? La resurrección de Jesús es la única explicación que se ajusta a todos los hechos, ya sean las profecías como los sucesos que rodean la tumba misma. Las teorías de una identidad equivocada, un cadáver sustraído, etc., no se ajustan a los hechos.
 
La incapacidad de los enemigos de Jesús para contradecir la resurrección. Sobornaron a los guardias de la tumba para que mintieran (Mat. 28:11-15), pero no lograron detener la historia de que Jesús había resucitado. Es interesante que Gamaliel, un líder eminente entre los oponentes al evangelio, tuvo que admitir la posibilidad de que la resurrección fuera genuina (Hech. 5:38,39).
 
Las apariciones corporales de Jesús después de su resurrección (1 Cor. 15:3-11). Muchas personas lo vieron. En una ocasión se apareció a una multitud de más de 500 personas. Comió y bebió con los discípulos para demostrar que no era un espíritu (Luc. 24:38-43), e invitó a Tomás a que examinara su cuerpo para verificar (Jn. 20:26-29).
 
El cambio de carácter de los apóstoles. Antes de la resurrección, Pedro era cobarde (Luc. 22:54-62). Él y los demás estaban escondidos tras puertas cerradas por el miedo (Jn. 20:19). Sin embargo, luego fueron capaces de predicar con tal valentía que desafiaron al mismo Sanedrín (Hech. 4:18-21; 5:27-32). Los apóstoles sufrieron por su testimonio (1 Cor. 4:9-13; 2 Cor. 4:7-10) y ninguno de ellos se retractó.
 
Los acontecimientos del Pentecostés que siguió a su resurrección. Los apóstoles hablaron diversos idiomas cuando el Espíritu Santo fue derramado (Hech. 2:1-4), lo cual cumplió la promesa de Joel (Hech. 2:16). Esto significaba que habían comenzado los postreros días y que el Mesías se había sentado a la diestra de Dios (Hech. 2:33-36).
 
La iglesia del Señor, el día del Señor, la cena del Señor, el bautismo. Todos ellos, por su misma existencia y significado, dan testimonio de la resurrección de Cristo.
 
Conclusión
 
La salvación está disponible solamente en el Cristo resucitado (Hech. 4:10-12). Debemos creer de todo corazón que Dios lo levantó de los muertos (Rom. 4:23-25) y confesarlo como Señor (cf. Hech. 8:37; Rom. 10:9,10). Entonces, el creyente arrepentido debe ser sumergido en la muerte de Jesús para resucitar con él a una vida nueva (cf. Hech. 2:38; Rom. 6:3,4).