Bautismo en el nombre de Jesús



Por Josué I. Hernández

 
Los predicadores del pentecostalismo unitario, generalmente conocidos como “sólo Jesús”, sostienen que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la misma persona, y que esa persona es Jesús. Por lo tanto, afirman que para que el bautismo sea válido se deben pronunciar las palabras “en el nombre de Jesús” cuando sea sumergido el creyente.
 
¿Cómo responderemos a esta doctrina?
 
En primer lugar, Dios no es una sola persona, Dios es tres personas con un solo nombre (cf. Mat. 28:19). En este sentido, la palabra Dios es plural. Son muchos los pasajes que establecen que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son diferentes personas (ej. Mat. 3:16,17; 2 Cor. 13:14; 2 Tes. 3:5).
 
En segundo lugar, el bautismo no es un rito mágico que consigue validez por alguna fórmula pronunciada por el bautizador. El que sumerge en agua no tiene algún poder para el perdón del que se bautice. El alma del creyente no está bajo el poder de algunas palabras que se digan cuando es bautizado.  
 
En tercer lugar, en la gran comisión el Señor Jesús enseñó lo que tiene que hacerse, no enseñó lo que tenga que decirse cuando alguno es bautizado. Mateo 28:19 relaciona el bautismo con la frase “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, pero este versículo no sugiere una fórmula verbal que se deba recitar durante el bautismo. Cuando el creyente es sumergido en el bautismo que Cristo mandó, el creyente está entrando “en” (gr. “eis”, “hacia”) una relación con Dios. Hechos 2:38 relaciona el arrepentimiento y el bautismo con la frase, “en el nombre de Jesucristo”, lo que debe entenderse “en consideración de quien es Jesucristo” o “en base a quién es él” (cf. Hech. 2:36). Literalmente, el texto griego dice que el arrepentimiento y el bautismo se hicieran “en” (gr. “epi”, “sobre”) el nombre de Jesús. Es decir, la base de la acción mandada tiene que ser el reconocimiento de Jesús de Nazaret es nuestro “Señor y Cristo” (cf. Hech. 2:22,36).
 
En cuarto lugar, el término “nombre” (gr. “onoma”), enfoca al poseedor de la autoridad ante la cual se humilla el creyente. El estudio cuidadoso de pasajes semejantes, en los que el término “nombre” se relaciona con el bautismo, seguramente ayudarán en la comprensión (cf. Mat. 28:19; Hech. 2:38; 8:16; 10:48; 19:5). Considérese además, cómo es usado el sustantivo “nombre” cuando cierta acción es mandada o ejecutada (ej. Hech. 4:7; cf. Mat. 19:29; Jn. 15:21; Ef. 5:20; Col. 3:17; 1 Ped. 4:14).
 
Según W. E. Vine, el sustantivo “nombre” indica “todo lo que un nombre implica, de autoridad, carácter, rango, majestad, poder, excelencia, etc., de todo lo que el nombre cubre”. Lo mismo es afirmado por J. H. Thayer, “el nombre se utiliza para todo lo que el nombre abarca, todo lo que el pensamiento o la sensación que se despierta en la mente al mencionar, escuchar, recordar, el nombre, es decir, para el rango de uno, la autoridad, los intereses, el placer, mandato, excelencias, obras, etc.”.   
 
Conclusión
 
Cuando Dios exige obediencia “en el nombre de Jesucristo” no está indicando qué decir o pronunciar, sino una razón por la cual obedecer lo decretado. En fin, todo lo que Dios manda debe ser hecho en conexión con quién es Jesucristo (cf. Col. 3:17).
 
El bautismo que Cristo mandó no depende de alguna frase mágica que el bautizador diga. En otras palabras, el que bautiza no está responsabilizado para decir alguna fórmula para que el perdón de los pecados se produzca (cf. Hech. 2:38,41,47).