Por Josué I. Hernández
Sin duda alguna, es de inmenso valor la contribución del judaísmo, o religión de los judíos (cf. Gal. 1:14), en el plan de Dios para la redención de la humanidad. Jesucristo dijo, “la salvación viene de los judíos” (Jn. 4:22). El judaísmo fue diseñado por Dios, y fue maravilloso, cumpliendo aquello para lo cual fue diseñado. Sin embargo, Dios nunca tuvo la intención de que el judaísmo fuese perpetuo. El llamado “judaísmo” de la actualidad no corresponde con la religión revelada al Israel del Antiguo Testamento.
Jesús de Nazaret es el Mesías prometido en la literatura del Antiguo Testamento. La evidencia es abrumadora (cf. Luc. 24:49). Sin embargo, la realidad histórica es que los propios judíos, por manos de gentiles, mataron a su Mesías (cf. Hech. 2:23; 13:27,28). A pesar de aquello, la esperanza judía debe centrarse en el Mesías resucitado (cf. Rom. 1:4,16), “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4:25). Sin la sumisión al plan de redención en Jesucristo, no hay redención para nadie, sea judío o gentil (Hech. 4:11,12; Heb. 5:8,9). Este es el mensaje del Nuevo Testamento.
Jesucristo enseñó que Israel perdería su condición de pueblo “escogido” de Dios por rechazarle (cf. Mat. 21:33-46; 1 Ped. 2:9). El Mesías trajo un nuevo régimen (Rom. 7:6) y creó un nuevo pueblo (cf. Ef. 2:11-22), este es el nuevo “Israel de Dios” (Gal. 6:16) formado por todos los obedientes a Cristo (cf. Rom. 2:28,29; Gal. 3:26-29).
El Antiguo Testamento contiene la predicción de un nuevo pacto el cual reemplazaría al antiguo. El nuevo pacto sería mejor que el anterior (cf. Jer. 31:31-34). El libro Hebreos indica con suma precisión este punto (cf. Heb. 8:6-13).
El sistema judío, tal como fue diseñado por Dios, ha desaparecido de la escena terrenal. El judaísmo moderno no es más que una imagen tenue del pasado. No tienen templo ni sacerdocio, no tienen los registros genealógicos que serían imprescindibles para establecer la línea sacerdotal levítica. El templo de Jerusalén fue demolido por los romanos, tal como lo predijo Jesucristo (cf. Mat. 24:1-34), y los intentos de reconstruirlo han resultado, y resultarán, en vano.
El fin del judaísmo se encuentra en el Mesías, Jesucristo, el divino Hijo de Dios (cf. Rom. 7:1-6; 2 Cor. 3:1-18; Col. 2:13-17; Ef. 2:15). Este fue el plan de Dios, y debemos contentarnos con ello.