Lo que Jesús dijo sobre el pecado



Por Josué I. Hernández


Cuando un ángel del cielo informó a José que el embarazo de María era milagroso, le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:20,21). Así, pues, Jesús “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). No es extraño, por lo tanto, que Jesucristo enseñara muchas cosas acerca del pecado. 

Algunas observaciones del Señor acerca del pecado han sido mal aplicadas. Por ejemplo, cuando una mujer sorprendida en el acto de adulterio fue llevada ante Jesús para ser juzgada, él sorprendió a la multitud diciendo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Jn. 8:7). Este versículo es preferido por aquellos que se oponen a la reprensión del pecado y a la disciplina en la iglesia. Sin embargo, una iglesia local fiel y saludable está compuesta de miembros dispuestos a juzgarse unos a otros (cf. Rom. 15:14; 1 Tes. 5:14; 2 Tes. 3:6,14; Jn. 7:24; Ef. 5:11).

En primer lugar, el Señor no ignoró los pecados de la mujer, y por eso dijo, “vete, y no peques más” (Jn. 8:11). En segundo lugar, el Señor expuso la hipocresía de los acusadores, quienes estaban más interesados en atrapar al Señor que en la santidad para con Dios. Piénselo detenidamente, ¿dónde estaba el hombre que también fue sorprendido en el acto de adulterio (cf. Lev. 20:10)? En tercer lugar, el Señor Jesús respetó la ley mosaica que prohibía el adulterio, así como el castigo prescrito por ello. A su vez, respetó las leyes de acusación y testimonio que no se cumplieron en este caso. En cuarto lugar, como el Hijo de Dios tenía pleno derecho de perdonar pecados (cf. Mar. 2:10). La respuesta de Jesús, por lo tanto, no justificaba el pecado ni condenaba el juicio justo de la maldad.  

Algunas afirmaciones de Jesús sobre el pecado son desconcertantes. En una ocasión dijo, “Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado” (Jn. 15:22). Un estudio cuidadoso permite comprender que los judíos no eran libres del pecado antes de la venida del Señor (cf. Heb. 9:13; 10:4). Sin embargo, al enfrentarse a su enseñanza tuvieron una opción, y eligieron rechazarlo. El punto de Jesús, por lo tanto, es el siguiente: Le rechazaron a pesar de la evidencia indiscutible. Con la oportunidad de presenciar la encarnación del Verbo hubo una gran responsabilidad. Pero, siendo obstinados, rechazaron a su Mesías, y Dios los responsabilizó por ello (cf. Mat. 22:5-7). 

En su comentario sobre Juan, W. Partain comentó, “Las palabras y obras de Jesús los dejaron sin excusa. Si Cristo los hubiera dejado solos, sin venir al mundo para predicarles, sin molestarles en sus pecados, sin exponer su hipocresía, sin traer la luz verdadera a los que estaban en tinieblas, entonces no habrían sido culpables de pecar contra la luz que no habían visto, pero ahora la ceguera de ellos era voluntaria. Los judíos tuvieron muchas oportunidades para creer en Cristo, por las cuales tendrían que dar cuenta (Mat. 11:21-24; 12:41-42; Luc. 12:42-48)”.

Entre las enseñanzas más conocidas de Jesús acerca del pecado, están aquellas palabras que indicaron la naturaleza del pecado. Jesucristo dijo que el pecado es un amo que domina a los pecadores (Jn. 8:34) y que la verdad puede liberar a estos esclavos (Jn. 8:32). El pecado enceguece (Jn. 9:39-41). El problema del pecado, por lo tanto, no es solamente la culpabilidad misma del pecador, sino también la esclavitud y ceguera espirituales.

Algunas afirmaciones del Señor acerca del pecado revelaron el propósito de su venida. El Señor le dijo al paralítico, “Hombre, tus pecados te son perdonados” (Luc. 5:20). Luego, le sano para demostrar su derecho divino a perdonar pecados (Luc. 5:24,25). De manera similar, instruyendo a Simón el fariseo respecto a la mujer que lloraba, “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Luc. 7:47,48). 

Cuando el Señor fue criticado por comer con pecadores, reveló el propósito de su venida al responder, “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Luc. 5:31,32). Más adelante, en Lucas 15, aprendemos sobre la oveja perdida, la moneda perdida, y los hijos perdidos. De manera similar, ante el arrepentimiento de Zaqueo, el Señor dijo, “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10).  

Uno de los dichos memorables de Jesucristo acerca del pecado, se encuentra en Mateo 26:28, “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”. Aquí aprendemos claramente el propósito por el cual el Verbo eterno dejó el cielo y se encarnó (cf. Jn. 1:1,14). Esto debe iluminarnos con respecto a lo que Jesús enseñó sobre el pecado. El pecado es tan horrible que solo la sangre inmaculada de Jesucristo puede expiarlo. Su amor por nosotros es tan profundo que estuvo dispuesto a derramar su sangre sabiendo que así podríamos ser perdonados. Debemos dar gracias a Dios por enseñarnos la verdad acerca del pecado y por darnos un Salvador.