La resurrección de los malos

 


Por Josué I. Hernández

 
La Biblia enseña con mucha claridad que habrá una resurrección general en la cual todos serán resucitados, lo cual involucra tanto a los buenos como a los malos, “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:28,29; cf. Hech. 24:14,15; Apoc. 20:13).
 
Todos serán resucitados a la misma “hora”, ya sea que resuciten para vida eterna o resuciten para condenación. Por lo tanto, ya que los malos también resucitarán, tendrán un cuerpo con el cual serán echados al infierno (cf. Mat. 10:28; Mar. 9:43-48).
 
Aunque la resurrección de los malos es una enseñanza sólida de las sagradas Escrituras, el énfasis del evangelio está en la resurrección de los justos, realzando la esperanza de la vida eterna frente a la tragedia de los rebeldes que rechazan el amor de Dios.
 
Resurrección
 
La palabra “resurrección” es traducida del término griego “anastasis”, una palabra compuesta de “ana”, que significa “arriba”, con la palabra “histemi”, que significa “hacer que se mantenga en pie”. La idea es, “pararse de nuevo” (Strong), “un levantamiento” (Vine).
 
La resurrección es, por lo tanto, el resurgimiento de lo que fue abandonado en la muerte física, el cuerpo (cf. Sant. 2:26). En otras palabras, el cadáver que fue enterrado, o quemado, o perdido en el mar, etc., resurgirá cobrando vida con una esencia diferente, como lo enseña el apóstol Pablo en 1 Corintios 15:42, aunque reconocemos que Pablo en este contexto enfoca el cuerpo glorificado de los justos.
 
Lo importante es retener dos cosas. Primeramente, cada cuerpo conservará su propia individualidad (“a cada semilla su propio cuerpo”, 1 Cor. 15:38). Luego, habrá una continuidad de identidad entre el cuerpo antiguo y el cuerpo nuevo, una correspondencia adecuada, de lo contrario el término “resurrección” carecería de sentido.
 
Ruina
 
Jesucristo dijo, “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mat. 10:28).
 
La “destrucción” que afectará tanto al alma como al cuerpo es “ruina” (gr. “apóllumi”), una ruina completa, que afectará la totalidad del ser. “La idea que comunica no es la de extinción, sino de ruina; no del ser, sino del bienestar. Esto queda claro basado en el uso que se le da, como, p.ej., de la rotura de los cueros de vino (Luc. 5:37); de la oveja perdida, esto es, perdida para el pastor, lo que es metáfora de la destitución espiritual (Luc. 15:4,6, etc.); el hijo perdido (Luc. 15:24); de la comida que perece (Jn. 6:47); del oro (1Ped. 1:7)” (Vine).
 
Los aniquilacionistas interpretan esto como “dejar de existir”, pero la palabra griega no implica eso. El Señor enseñó que el cuerpo de los malvados sufrirá una condición arruinada por la eternidad. Sencillamente, no hay redención corporal para los malvados (cf. Rom. 8:23).
 
Dolor
 
En la resurrección no habrá alguna pérdida de conciencia o de memoria. Cada cual recordará (cf. Mat. 7:22) y entenderá (Mat. 25:31-46). En consecuencia, los malvados sabrán por qué están sufriendo (cf. Luc. 16:27,28).
 
La agonía del sufrimiento eterno es señalada por Jesucristo mediante una metáfora dramática, “donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Mar. 9:48). Los “gusanos” mencionados por el Señor son del tipo que se alimentan de los cadáveres. “Esta afirmación significa la exclusión de toda esperanza de restauración, el castigo siendo eterno” (Vine). Esto enfatiza, sin lugar a duda, que la agonía en el infierno no será solamente espiritual, también será corporal.
 
Contraste
 
Jesucristo indicó un marcado contraste entre los justos resucitados y los malvados, “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mat. 13:43; cf. Dan. 12:3).
 
Para los impíos no habrá cuerpo celestial o glorificado (1 Cor. 15:40,43), como el cuerpo de Jesucristo (Fil. 3:21). Nuevamente, no hay redención corporal para los malvados (Rom. 8:23).
 
Conclusión
 
Qué pavor experimentarán los impíos cuando Cristo venga y sean marginados de toda esperanza gloriosa.
 
Sin duda alguna esta es una cuestión que debemos considerar seriamente mientras contemplamos la realidad de la eternidad.
 
La rebelión contra Dios no quedará impune.