Eligiendo servir a Dios



Por Josué I. Hernández
 

Cuando Moisés expuso la ley de Dios a la generación que sobrevivió al desierto, generación que tomaría Canaán como herencia, les dijo: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar” (Deut. 30:19,20).

Años después, al final de su vida, Josué repitió el mismo desafío, “Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:14,15).

Siglos después, el profeta Elías hizo eco de este llamado, “Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra” (1 Rey. 18:21).
 
Evidentemente, se reitera un llamado al pueblo de Dios. Esto es algo que Dios quiere que entendamos y decidamos. Su pueblo debe servirle voluntariamente (cf. Sal. 110:3).

En primer lugar, servir a Dios es una elección (cf. Mat. 4:10; 6:24). La Biblia no enseña la doctrina de la predestinación individual. Doctrina según la cual todo lo que hacemos, sea bueno o malo, no es más que lo predestinado. Esto no es así. Dios nos ha dado la capacidad de elegir, y somos responsables de las elecciones que hacemos. Por lo tanto, David dijo a Salomón, “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario” (1 Cron. 28:9).

En segundo lugar, servir a Dios es una elección que se aplica a la vida. Comienza con una decisión general y luego avanza. Requiere creer, obedecer y esperar con paciencia. Requiere dejar de hacer ciertas cosas para hacer otras en su lugar. Por ejemplo, tomamos esta decisión cuando nos congregamos, pero también la tomamos los días en que la iglesia no se reúne. Siempre tenemos trabajo que hacer para servir a Dios (cf. Hech. 24:14). Decidimos en qué pensar (cf. Fil. 4:8), qué hacer (cf. Fil. 4:9) y qué hablar (cf. Col. 4:6), para andar como es digno del evangelio (Ef. 4:1; Fil. 1:27; cf. 1 Ped. 1:17). 

En tercer lugar, servir a Dios es una decisión que se debe mantener firme. Debemos aferrarnos al servicio del Señor y nunca abandonar nuestro puesto (cf. Gal. 6:9,10; Heb. 13:15,16). Debemos servir al Señor en tiempo de adversidad y en tiempos de prosperidad (cf. Hech. 20:19; 1 Cor. 15:58). Sencillamente, debemos permanecer firmes siguiendo el camino del Señor a pesar de las circunstancias (cf. Fil. 4:11-13). 

Debemos servir al Señor sin importar lo que la mayoría haga o aconseje (cf. Ex. 23:2; Gal. 1:10). A fin de cuentas, debemos estar de acuerdo con Josué, “yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).