Por Josué I. Hernández
Lucas registra una instancia cuando algunos de los escribas y fariseos tramaron una trampa para el Señor Jesús, “Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarle al poder y autoridad del gobernador” (Luc. 20:20).
Ellos fingían estar preocupados por la verdad y la justicia, sin embargo, lo único que buscaban era una manera de conseguir algo para condenar. Con esto, justificaban su deshonestidad. Lamentablemente la hipocresía no murió con ellos. Frecuentemente reaparece incluso entre quienes dicen seguir a Jesucristo.
Las divisiones en la iglesia suelen ocurrir de esta manera. Algunos hermanos enemistados con otros buscan material que criticar, y cuando consiguen algún “problema doctrinal” hallan la excusa perfecta para no seguir asociándose con aquellos a quienes no soportan. Afirman actuar en nombre de la justicia; sin embargo, el verdadero problema son las actitudes injustas de orgullo y egoísmo. Sencillamente, no aman a sus hermanos.
Esto también sucede en los matrimonios. Los cónyuges se enredan en duras discusiones, y quieren separarse. Por un tiempo esperan la oportunidad ideal, alguna excusa que justifique la separación. No hay límite para la manipulación creativa de los hechos, e incluso, de las sagradas Escrituras para hacer exactamente lo contrario que Dios exige que se haga.
Jesucristo dijo, “Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones” (Luc. 16:15).