Por Josué I. Hernández
“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:3-5).
Aumentan las madres con trabajos de tiempo completo fuera de casa, y que descuidan su familia. Así también aumentan las jóvenes que no quieren casarse, ni tener una familia, persiguiendo alguna “realización”. Unido a todo esto, también aumentan las abuelas, tíos, y otros parientes, que se encargan de los niños de una mamá ausente.
La palabra de Dios afirma el deber de la mujer de cumplir un rol particular, doméstico, como “dueñas de casa”. La instrucción de Pablo está arraigada en el diseño divino para la realización de la mujer, para la felicidad de la familia, y el ordenamiento de una sociedad piadosa.
Claramente, Dios ha declarado su deseo para las mujeres que son jóvenes, “se casen, críen hijos, gobiernen su casa” (1 Tim. 5:14).
El rol doméstico asignado a la mujer, de ninguna manera es un desprecio hacia ella. Dios la ha ubicado en una posición de gran influencia, con una labor de enorme relevancia, digna del más profundo respeto, una labor que, por cierto, es intransferible.
La frase “cuidadosas de su casa” (Tito 2:5; gr, “oikourgos”), es una palabra compuesta de “casa” y “trabajo”, lo cual nos permite contemplar el rol de la mujer casada, “hacendosas en el hogar” (LBLA).
La mujer virtuosa, de Proverbios 31:10-31, se desenvolvía en la jurisdicción de su propio rol doméstico. Desde el hogar trabajaba en una actividad que traía los frutos de su labor al hogar mismo. El enfoque de su esfuerzo era su hogar. Por supuesto, esto es el resultado del temor de Dios (cf. Prov. 31:30). Entendemos, por lo tanto, que Dios no le prohíbe a la mujer un empleo fuera de los muros de su casa (cf. Hech. 18:2,3). Pero, entendemos también, que la mujer temerosa de Dios abandonará todo empleo que interfiera con su función en el hogar.
Mientras aumentan los casos de padres que se quedan administrando el hogar, porque la mamá está fuera trabajando, debemos recordar que no hay autorización bíblica para que el papá cumpla las responsabilidades de la mamá. Los varones tienen trabajo que hacer, lo cual les impide dedicarse a las labores hogareñas. Dios dijo al varón, “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gen. 3:19).
Los hombres deben salir a trabajar, mientras las mujeres se quedan en casa para ocuparse del hogar. No es más complejo que eso.