Por Josué I. Hernández
La división de alguna iglesia de Cristo es una cosa horrible. Cuando tal división ha ocurrido siempre hay pecado, a lo menos en una de las partes, sino en las dos. En semejante escenario, no es prudente, ni justo, el tomar partido por unos, tratando como infieles a los otros, sin oír el testimonio (cf. Jn. 7:51) de los testigos (cf. 2 Cor. 13:1; 1 Tim. 5:19; Mat. 18:16). Y aun cuando el pecado de algunos, o de todos, impida la comunión (cf. Ef. 5:11; Rom. 1:32), también sería pecado tratar a los que erraron como si fueran enemigos (2 Tes. 3:15).
Semejante escenario nos hace recordar algunos principios bíblicos preventivos:
Si el púlpito es débil la iglesia siempre será débil. Por el contrario, el púlpito fuerte forma a miembros fuertes (cf. Ef. 4:12,13). La clase de membresía es el resultado de la clase de predicación que está recibiendo (cf. 1 Tim. 1:3-7; 4:6; 6:20; 2 Tim. 4:2; Tito 2:1).
Si Cristo no es formado en cada miembro, la carnalidad y la división serán una consecuencia (2 Cor. 3:18; Gal. 4:19). Si hermanos no están dispuestos a madurar siempre habrá divisiones (1 Cor. 3:1-4).
La obediencia siempre produce unidad, por el contrario, la desobediencia destruye la unidad (1 Jn. 1:3,7). Si todos los miembros son obedientes, la unidad será la consecuencia inmediata (cf. Hech. 2:42).
La unidad debe ser fomentada con las actitudes debidas. No basta con creer lo mismo y adorar de la misma forma. Dios quiere hijos que anden “con toda humildad y mansedumbre” y que se soporten “con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef. 4:1-3), y que sigan “lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Rom. 14:19; cf. 1 Ped. 3:11; Heb. 12:14).
Los cristianos son personas renacidas “para el amor fraternal no fingido” (1 Ped. 1:22). No hay doctrina tan fundamental como el amor fraternal (cf. Rom. 12:10; Heb. 12:14; 13:1). El amor es la marca distintiva de los verdaderos discípulos de Jesucristo (Jn. 13:34,35; cf. 1 Jn. 4:8) y el camino más excelente (cf. 1 Cor. 12:31; 13:1-13).
Si la iglesia no está organizada, con ancianos y diáconos, diversos problemas, entre ellos, la división, se manifestarán con mayor facilidad (Hech. 14:23; 20:28; 1 Ped. 5:2-4; cf. Tito 1:5-16).
Si la iglesia no disciplina a los miembros que son impenitentes, ella misma será leudada (1 Cor. 5:6). Sin levadura no hay posibilidad de división.
Conclusión
La división en el pueblo de Dios está prohibida (cf. Jn. 17:20-23; 1 Cor. 1:10,11). Sin embargo, la división sucederá (1 Cor. 11:19).
Podemos prevenir la división. Siempre será mejor prevenir que curar.