Inerrancia



Por Josué I. Hernández


La inerrancia es, simplemente, la cualidad de estar libre de error. Si bien es cierto que la fidelidad al Señor nos libra del error (cf. Jn. 8:32), no somos inerrantes por naturaleza. Un cristiano podría equivocarse al punto de caer de la gracia y perder su salvación (cf. 1 Cor. 9:27; 10:12; Gal. 5:4; Sant. 5:19,20; 1 Jn. 5:16,17).

La posibilidad de errar debe motivarnos a reconocer nuestra limitante. No podemos determinar la verdad (Jer. 10:23; Prov. 14:12) aunque sí podemos reconocerla y obedecerla (Rom. 2:8; 1 Tim. 2:4; Ef. 4:15). Sencillamente, debemos pensar, hablar y vivir conforme a la bendita palabra de Dios (cf. 1 Cor. 4:6; 1 Ped. 4:11; Col. 3:16,17,23). 
 
Así como el cristiano podría equivocarse, una iglesia de Cristo también podría hacerlo. Por ejemplo, la iglesia de Corinto se equivocó al no disciplinar al fornicario (1 Cor. 5:1-11), y luego, se equivocó al no perdonarlo (2 Cor. 2:5-11). La iglesia de Jerusalén se equivocó al enredarse en la murmuración (Hech. 6:1), y las iglesias en Galacia se equivocaron al aceptar el error de los judaizantes (Gal. 5:7). Las iglesias en Creta necesitaban severa reprensión (Tito 1:13), mientras que cinco, de siete iglesias de Asia, fueron censuradas por pecados que debían quitar de sí (Apoc. 2-3). 

La posibilidad de que una iglesia del Señor llegue a estar muerta (Apoc. 3:1), y sea quitada de la comunión del Señor (Apoc. 2:5), siempre está presente. 

Los corintios fueron llamados a examinarse, por si estaban, o no, en la fe (2 Cor. 13:5). Ellos tenían en la palabra de Dios el espejo perfecto para examinar sus almas (cf. 2 Cor. 3:18; Sant. 1:22-25). Sin embargo, podrían verse tentados a examinarse “a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos” (2 Cor. 10:12), en lugar de permitir que Dios los examinara con su palabra (cf. Sal. 139:23,24; 1 Cor. 4:4; Heb. 4:12,13).

Dios espera el arrepentimiento del pecador (Hech. 17:30,31; 2 Ped. 3:9), ya sea un pecador del mundo (Hech. 2:38), un hijo suyo en pecado (Hech. 8:22) o una iglesia en pecado (cf. Apoc. 2:5; 2:16; 2:21,22; 3:3; 3:19).

Si Dios nos llama al autoexamen, estaremos errando si no lo permitimos.