El engaño de las riquezas



Por Josué I. Hernández


Jesús advirtió sobre el engaño de las riquezas, “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mat. 13:22). Las riquezas usan de engaño. La palabra para “engaño” (gr. “apate”), indica aquello que “da una falsa impresión, ya sea por apariencia, afirmación, o influencia” (Vine). Detengámonos a meditar cómo podrían engañarnos las riquezas. 

Las riquezas otorgan una errada idea de lo que es la vida. En otra ocasión, Jesús advirtió, “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Luc. 12:15). Aunque estamos de acuerdo con esta enseñanza del Señor, fácilmente podríamos pensar en lo felices que seríamos si tuviéramos más dinero. Sin embargo, tal pensamiento es un cáncer en el corazón.

“Tenga cuidado, guardarse de toda avaricia porque hay mucha diferencia entre el “vivir” y el “tener posesiones”. ¿Lo entiendo yo? El vivir no es el poseer. El vivir no depende de lo que uno posea. Para muchos la vida es precisamente esto: “la abundancia de los bienes que posee” y la comodidad y el placer que les traen. Sin embargo, la vida del hombre no consiste EN las cosas materiales. No son parte integral de la vida y es un equívoco grande dejar que éstas controlen la vida. Muchos son muy pequeños con riquezas. Otros son muy grandes sin riquezas” (W. Partain).  

Las riquezas otorgan un errado sentido de valor. El mundo suele medir la importancia de una persona por su patrimonio. Si el dinero equivale a “éxito”, la falta de él equivale a “fracaso”. Sin embargo, Dios no usa semejante estándar. Él ve a todos como pecadores que necesitan la salvación. La verdadera riqueza está en Cristo (2 Cor. 8:9) y estamos completos en él (Col. 2:3,10). Así, pues, tanto el rico como el pobre son igualados delante de Dios (Sant. 1:9,10).

Las riquezas otorgan una errada sensación de seguridad. El dinero nos permite comprar lo que necesitamos (Ecles. 7:12), lo cual provee una medida de tranquilidad (1 Tes. 4:11). Sin embargo, las riquezas excesivas traen consigo muchas tensiones (Ecles. 5:12). La escases y la abundancia son peligrosas, y la pertenencia a la clase media sería lo más seguro (Prov. 30:7-9). Sin embargo, no hay cantidad de riqueza que pueda otorgar la paz de Cristo (Jn. 14:27; 16:33; Rom. 15:13; Fil. 4:7), y la seguridad terrenal que las riquezas pueden proporcionar tiene límites bien definidos. Por ejemplo, las riquezas no pueden detener la muerte, y son totalmente impotentes ante el poder, la culpa y la condenación del pecado (Rom. 3:23; 6:23).

Las riquezas otorgan una errada sensación de aprobación divina. Por supuesto, es digno de elogio que alguno reconozca que sus posesiones son dones de Dios. No obstante, es un error creer que la cantidad de riquezas acumuladas son el indicativo de la aprobación de Dios. Jesucristo advirtió, “Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!... Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mar. 10:23,24,25). Tanto ricos como pobres pueden ser aprobados por Dios (Rom. 2:7-11). La salvación está en Cristo (Hech. 4:12). La cantidad de dinero no puede cambiar esto (Jn. 14:6). 

Las riquezas otorgan una mentalidad con preferencias erradas. Esta fue una preocupación del Señor Jesucristo en la parábola del sembrador. El oyente de terreno espinoso inicialmente acepta la palabra, pero con el tiempo es ahogado a medida que otras cosas adquieren prioridad (cf. Mar. 4:19). Ahora debe trabajar en lugar de congregarse para adorar, tiene gastos imperativos que le impiden ofrendar con generosidad, necesita comodidad y diversión que lo desorientan del propósito de su vida en Cristo. 

Las riquezas nos llaman con voz sugerente, nos prometen tantas experiencias, nos ofrecen tantas cosas, nos prometen “soluciones”. No nos dejemos engañar.