Reflexiones por los incendios en California



Por Josué I. Hernández


Muertos, heridos, evacuados y devastación son los resultados de los incendios en Los Ángeles, California. Esta catástrofe ha motivado a ciertos creyentes en la Biblia a declarar que lo sucedido en California es una obra de Dios, un castigo divino. Pensemos en esto.

La Biblia nos enseña que el sufrimiento podría ser una obra de Dios, una obra de Satanás, o una consecuencia natural en un mundo de causa y efecto. 

Dios ha castigado al mundo en varias oportunidades (ej. 2 Ped. 2:5,6) y castiga a sus hijos (cf. Apoc. 3:19; Prov. 3:11,12; Heb. 12:9-11) para que no sean condenados con el mundo (1 Cor. 11:32). Sin embargo, no tenemos revelación para afirmar que los incendios en California son un castigo divino como los registrados en la Biblia. No presumimos ser profetas del siglo XXI.

La Biblia presenta a Satanás como un activo causante del sufrimiento, sufrimiento que utiliza para apartarnos de Dios y su verdad (Job 1:6-12; 2:1-6; 2 Cor. 12:7-10; 1 Ped. 5:8-11). También aprendemos de la Biblia que Dios permite un rango de acción a Satanás, porque Dios puede usar el sufrimiento para mejorarnos (cf. 2 Cor. 12:7-10; Sant. 1:2-4).

Sin embargo, el sufrimiento puede ser el resultado de nuestras propias acciones. Vivimos en un mundo de causa y efecto, de acción y reacción, de siembra y cosecha. La negligencia tendrá consecuencias, y las consecuencias pueden afectar a muchos otros. Por ejemplo, una administración política irresponsable, imprudente, e incompetente, producirá un desastre, desastre que afectará a los ciudadanos.

El sufrimiento podría ser un castigo de Dios, o la obra de Satanás permitida por Dios. Pero, también podría ser la consecuencia de malas decisiones y acciones. Se ha documentado que los bosques en la zona del incendio estaban sin limpiar por un asunto político, llenos de maleza, muy secos, y con un alto riesgo de incendio, y que el dinero para la limpieza y mantención de los bosques había sido desviado para favorecer agendas políticas woke.

Cuando el desastre ha ocurrido, es más importante saber qué hacer en lugar de saber por qué sucedió. Esta tragedia que azota a tantos inocentes, y culpables, por igual, nos hace pensar, nos hace poner los pies en la tierra y sacar las siguientes reflexiones:   

Somos mortales. “está establecido para los hombres que mueran una sola vez” (Heb. 9:27). Somos en varios aspectos capaces y fuertes, pero también frágiles. Nuestros cuerpos humanos son vulnerables a la enfermedad, diversas lesiones, o circunstancias que pueden producirnos el dolor y la muerte. Nuestro cuerpo es impotente frente a muchas fuerzas naturales y circunstancias adversas. No debemos considerarnos invencibles. La muerte nos tocará a todos. 

Nuestra vida es incierta. Santiago advirtió acerca de la jactancia de pensar que somos dueños del mañana (Sant. 4:13,14).  Las personas tienden a hacer muchos planes acerca de lo que harán, cuándo lo harán y cómo lo harán. Santiago nos recuerda “no sabéis lo que será mañana”, y luego dice: “Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”. Santiago hace eco de las enseñanzas de Jesucristo, quien dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mat. 6:34). Sencillamente, las cosas que nos pueden ocurrir trascienden nuestra capacidad para controlarlas. Debemos buscar ahora el reino de Dios (Mat. 6:33). 

Conclusión
 
El apóstol Pablo escribió, “cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Tes. 5:3).

El apóstol Pedro escribió, “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:10).  

Todos avanzamos hacia “el día de la ira” (Rom. 2:5). Solamente Jesucristo puede librarnos de la ira que será derramada (1 Tes. 1:10). Es necesario que cada uno de nosotros obedezca a su evangelio (2 Tes. 1:8).