Por Josué I. Hernández
La gracia de Dios podemos entenderla básicamente como un favor inmerecido, siendo tanto la actitud favorable como el favor mismo. Esta comprensión es adecuada, sin embargo, como dice el canto, la gracia de Dios es maravillosa, más alta que los cielos y más honda que la mar, más grande que mis culpas clavadas en la cruz. No es extraño, por lo tanto, que los cristianos alabemos con gozo a nuestro Dios por su maravillosa gracia, su gracia inefable, y reaccionemos con una vida de obediencia y gratitud.
A pesar de lo anterior, no son pocos los que suelen aplicar mal la maravillosa gracia de Dios, por ejemplo, cuando intentan que se exprese y se aplique como Dios no ha prometido hacerlo.
La aplicación de la gracia de Dios, es decir, su favor inmerecido, contrariamente al pensamiento popular, tiene requisitos. Es decir, Dios ha condicionado su gracia. En otras palabras, la gracia de Dios es condicional. Esto se puede ilustrar en el caso de Noé. La gracia de Dios estuvo presente y activa en la salvación de Noé y su familia. La Biblia dice, “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra… Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Gen. 6:5-8).
La gracia de Dios fue expresada a Noé, evidentemente, por la clase de persona que Noé decidió ser, “Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Gen. 6:9). Sin embargo, Noé no fue salvo por su propia fuerza o poder. La gracia de Dios fue expresada hacia Noé en dos maneras. En primer lugar, con una advertencia acerca de la destrucción venidera (Gen. 6:13,17). En segundo lugar, con las instrucciones para escapar de aquella destrucción (Gen. 6:14-21).
Noé debía trabajar para ser salvo, es decir, debía esforzarse para alcanzar la gracia. Noé debía seguir las instrucciones que Dios, en su gracia, le reveló. Aunque no merecía la gracia, podía obedecer para recibirla. Entonces, Noé alcanzó la maravillosa gracia de Dios mediante su esfuerzo de obediencia, “Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó” (Gen. 6:22).
La gracia de Dios continúa extendiéndose en forma de instrucciones: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11,12). La gracia no se “siente”, la gracia se “entiende”. La gracia de Dios nos enseña, es decir, se expresa mediante instrucciones, instrucciones reveladas en el evangelio.
Dios ha advertido sobre la destrucción venidera (cf. 2 Ped. 3:8-10), y por su gracia ha proporcionado las instrucciones por las cuales podemos ser salvos. Así como Noé fue salvo por gracia, cuando “Por la fe” se sujetó a las condiciones que la gracia indicaba (Heb. 11:7), así también seremos salvos por la gracia mediante la fe (Ef. 2:8,9) si obedecemos a las instrucciones del “evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24).
Noé construyó el arca “Por la fe” (Heb. 11:7), es decir, conforme a las instrucciones que Dios le reveló en su gracia. De la misma manera, seremos salvos “por fe” si obedecemos a Jesucristo, quien “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb. 5:9).
Dios ha escogido salvar por el evangelio (Rom. 1:16), el evangelio de su gracia (Hech. 20:24), “la palabra de su gracia” (Hech. 20:32), la cual contiene las instrucciones de salvación que necesitamos obedecer. Estas instrucciones son “la justicia de Dios” (Rom. 1:17), la forma en que Dios justifica al pecador, es decir, el plan de salvación del evangelio. ¿Ha estudiado los casos bíblicos de conversión en el libro Hechos?
Cuando alguno obedece al evangelio alcanza la maravillosa gracia de Dios. Por el contrario, no hay gracia salvadora para el desobediente (cf. Rom. 10:16; 1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:8).