Por Josué I. Hernández
El concepto de membresía indica un conjunto, o colectivo, es decir, un cuerpo; cuerpo que está compuesto de varias unidades, es decir, los miembros, donde cada unidad trabaja en beneficio del conjunto, “conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro” (Ef. 4:16, LBLA; cf. 1 Cor. 12:25,26).
En el Nuevo Testamento leemos sobre la membresía en la iglesia universal (cf. Mat. 16:18; Hech. 2:41,47) y la membresía en la iglesia local (cf. Mat. 18:17; Hech. 2:42,46). El caso del eunuco etíope bien ilustra que un recién converso no es inmediatamente miembro de una iglesia local (Hech. 8:39). Luego, el caso de Saulo procurando adherirse a los santos de Jerusalén, bien ilustra la necesidad que todo cristiano tiene de hacerse miembro de una iglesia de Cristo (Hech. 9:26).
Saulo había obedecido al evangelio (cf. Hech. 9:6; 22:16), por lo tanto, era un discípulo de Cristo, uno que había sido añadido a la iglesia universal (Hech. 2:41,47). Sin embargo, no sería miembro de la iglesia de Cristo en Jerusalén hasta ser aceptado en aquel cuerpo local (cf. Hech. 9:28; 1 Cor. 12:27).
¿Quién puede ser miembro de la iglesia local?
La cabeza del cuerpo, es decir, Cristo, determina esto (Ef. 1:22,23; 4:15: 1 Cor. 12:12). En consecuencia, quien no sigue las instrucciones de la cabeza no puede ser miembro del cuerpo. El requisito básico es que sea un legítimo discípulo (Mat. 28:19,20).
Para que un discípulo se vuelva miembro de una iglesia del Señor debe manifestar su deseo de “unirse”, “juntarse”, es decir, “pegarse”, al cuerpo local, “Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos” (Hech. 9:26).
El discípulo tendría que ser aceptado por la iglesia local para ser miembro de ella. En otras palabras, no basta el deseo de ser miembro. La iglesia en Jerusalén, en un principio, no estaba dispuesta a recibir a Saulo, porque no creían que en realidad fuese un discípulo, “todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo” (Hech. 9:26).
¿Qué debe considerar la iglesia para recibir a un miembro?
Dos textos nos sirven para responder esta pregunta. En primer lugar, leemos que los “discípulos” de Jerusalén no creían que Saulo fuese discípulo, por lo tanto, no podían recibirle como miembro (Hech. 9:26). En segundo lugar, aprendemos que una iglesia está compuesta de “discípulos”, y que estos discípulos son “cristianos” (Hech. 11:26).
Para aceptar a un hermano como miembro, la iglesia local debe tener la certidumbre de que es un legítimo discípulo, un verdadero cristiano.
Debe ser un “discípulo” (gr. “mathetes”), es decir, un “aprendiz” (Vine), “un estudiante, alumno” (Thayer). El discípulo “sigue la enseñanza de otro” (Vine), imita a su maestro (Hech. 11:26). El objetivo del discípulo es llegar a ser “como su maestro” (Luc. 6:40), es decir, ser como el Hijo de Dios (cf. Rom. 8:29; 2 Cor. 3:18; Ef. 4:13).
Las marcas distintivas del verdadero discípulo de Cristo son básicamente tres. En primer lugar, el discípulo de Cristo permanece en la palabra de su maestro (Jn. 8:31,32; cf. Mat 7:21-27; Luc. 6:46; Sant. 1:21-25). En segundo lugar, el discípulo de Cristo ama a sus condiscípulos (Jn. 13:34,35; cf. 1 Jn. 4:7,8). En tercer lugar, el discípulo de Cristo está ocupado en dar mucho fruto (Jn. 15:8).
El verdadero discípulo ha puesto a Cristo en el trono de su corazón (Luc. 9:23-25; 14:25-35), y está dispuesto a sufrir por causa de su maestro (Luc. 14:27).
Debe ser un “cristiano” (gr. “cristianos”), es decir, un “seguidor de Cristo” (Thayer). Solamente los verdaderos discípulos tienen el derecho de llevar sobre sí el nombre “cristianos”.
Según aprendemos del Nuevo Testamento, un cristiano es:
- Un discípulo de Cristo (Hech. 11:26)
- Un discípulo que está persuadido (Hech. 26:28).
- Un discípulo que está dispuesto a sufrir por su fe (1 Ped. 4:15,16).
Conclusión
Si la iglesia tiene evidencia de que el hermano que solicita membresía es un legítimo discípulo del Señor, y, por lo tanto, un cristiano, tiene el permiso del Señor para aceptarle como miembro. Sin esta evidencia básica no hay autorización.