Por Josué I. Hernández
Cuando Pablo era acusado delante de Félix, el gobernador, los acusadores usaron los servicios de Tértulo, un orador (lat. “orator”), este último era un abogado, un profesional conocedor de la ley romana y del proceder del tribunal romano. Todos ellos comparecieron contra Pablo (Hech. 24:1) mientras Tértulo afirmaba: “este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos. Intentó también profanar el templo; y prendiéndole, quisimos juzgarle conforme a nuestra ley. Pero interviniendo el tribuno Lisias, con gran violencia le quitó de nuestras manos, mandando a sus acusadores que viniesen a ti. Tú mismo, pues, al juzgarle, podrás informarte de todas estas cosas de que le acusamos” (Hech. 24:5-8).
Cuando Tértulo concluyó su acusación, “Los judíos también confirmaban, diciendo ser así todo” (Hech. 24:9). Los judíos involucrados en la acusación eran: “el sumo sacerdote Ananías con algunos de los ancianos” (Hech. 24:1).
Cuando Félix dio a Pablo la oportunidad de hablar en su defensa, Pablo dijo: “Porque sé que desde hace muchos años eres juez de esta nación, con buen ánimo haré mi defensa. Como tú puedes cerciorarte, no hace más de doce días que subí a adorar a Jerusalén; y no me hallaron disputando con ninguno, ni amotinando a la multitud; ni en el templo, ni en las sinagogas ni en la ciudad; ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan” (Hech. 24:10-13).
Es interesante notar cómo Pablo apeló a la “ley de Moisés”, que sus acusadores profesaban guardar (cf. Deut. 17:6; 19:15), y a la “presunción de inocencia” del derecho romano, según la cual Pablo era inocente hasta que se probase lo contrario, “ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan”.
Al considerar la forma en la cual Pablo respondió, podemos observar que su defensa fue relativamente breve a pesar de tan graves acusaciones; sencillamente, no se esforzó tanto en defenderse como en predicar el evangelio (Hech. 24:14-21).
Pablo sabía que al acusarle de semejante forma sus enemigos lo dejaron en compañía de los fieles típicamente calumniados, porque el Señor Jesús había dicho, “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mat. 5:11,12; cf. Luc. 6:26).
En lugar de contraatacar a sus oponentes “devolviendo mal por mal” o respondiendo “maldición por maldición” (cf. 1 Ped. 3:9), Pablo facilitaba la oportunidad de arrepentimiento a todos los que oían, incluyendo a Félix (cf. Hech. 24:24,25), practicando de esta manera lo que había escrito a los corintios, “Nos difaman, y rogamos” (1 Cor. 4:13), es decir, “respondemos con bondad” (JER), “respondemos con buenos modos” (NBE).
Pablo no era el primero, ni sería el último, en sufrir la difamación. Sin embargo, él practicaba lo que escribió a los romanos: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Rom. 12:17-21).