Por Josué I. Hernández
Dicen que sucedió en un lugar muy lejano, que cierto predicador estaba preocupado con la rutina de una hermana quien acostumbraba al final de cada reunión felicitarlo diciéndole algo así: “Excelente mensaje, fue justo lo que necesitan los Rodríguez y los Aguilar”. En la siguiente oportunidad ella le decía: “Buen mensaje, espero que los Ramírez ya entiendan”. Y así cada vez.
El predicador se esforzaba para que la hermana se diera cuenta de que los mensajes la involucraban también a ella, pero siempre la hermana aplicaba las lecciones a todos, menos a sí misma.
Un día, después de mucho pensar, el predicador fue a la casa de la hermana, y en un esfuerzo de amor y franqueza le predicó a ella y a toda su familia, esforzándose por exponer el mensaje con aplicaciones pertinentes a todos ellos. Mientras exponía la palabra, el predicador veía cómo la hermana se mostraba muy atenta a sus palabras, y movía la cabeza en señal de aprobación; y al terminar el estudio, el predicador vio que ella se veía preocupada, meditabunda, pensativa, y dijo para sí: “Realmente le llegó el mensaje a la hermana, ni como escaparse esta vez”. Entonces, él le preguntó: “¿Qué le pareció el estudio?”, y ella respondió: “Excelente, pero lástima que no lo oyeron los Hernández y los López, a ellos sí que les hace falta escuchar algo así”.
Así son algunos, cuando aplican todas las predicaciones a otros, menos a sí mismos. Sin embargo, recordemos lo que nos exige el Señor:
- Un autoexamen recurrente de nuestro andar (Ef. 5:15,16).
- Un enfoque honesto de nuestra vida a la luz de la palabra de verdad (Sant. 1:21-25).
- Ocuparnos de nuestra transformación (Rom. 12:2; cf. 2 Cor. 3:18).
- Ocuparnos de nuestra salvación (Fil. 2:12; cf. Jn. 21:22).
- “saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”, “Por tanto, mirad por vosotros…”, “Ten cuidado de ti mismo…” (Mat. 7:5; Hech. 20:28; 1 Tim. 4:16).