Los santos y los pecadores



Por Josué I. Hernández


Según el catolicismo el santo es un difunto, a quien la Iglesia Romana permite el ser públicamente venerado. La Iglesia Católica empezó el proceso de canonización de los “santos” en el siglo nueve, anteriormente no existía la canonización. En el catolicismo nadie puede convertirse en “santo” sin que transcurran 50 años desde su muerte.

“En la Iglesia Católica (la canonización) es hecha solamente por el papa, quien, después del examen, ‘declara que la persona en cuestión ha llevado una vida perfecta, y que Dios ha obrado milagros a su intercesión, ya sea durante su vida o después de su muerte, y que, consecuentemente, es digno de ser honrado como santo, lo cual implica el permiso para exhibir sus reliquias, invocarlo, y celebrar misas y un oficio en su honor’... La adoración de los ‘santos canonizados’ está ordenado por el Concilio de Trento” (McClintock y Strong, Enciclopedia de Literatura Bíblica, Teológica y Eclesiástica, Vol. 2, págs. 90-91).

A diferencia de la tradición católica, el apóstol Pedro dijo a los cristianos, que por cierto, estaban vivos, “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa…” (1 Ped. 2:9). A estos mismos cristianos Dios les dijo: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:16), y Pedro les amonestó, “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Ped. 1:15). 

La santidad no depende solamente de Dios. El hombre debe obedecer a la palabra de Dios que lo santifica (Jn. 17:17), y esta palabra es “el evangelio” (Ef. 1:13; cf. Rom. 1:16). Todos los que obedecen el evangelio, es decir, los cristianos, tienen como fruto la “santificación” (Rom. 6:22; 1 Tes. 4:7). En otras palabras, el hombre no es pasivo en su santificación, más bien, tiene algo que hacer para ser hecho “santo” y permanecer como tal (cf. 1 Jn. 1:6,7; 1 Ped. 1:15).  

Cuando Pedro dijo “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos” (1 Ped. 1:15), él hablaba a quienes debían permanecer “como hijos obedientes” (1 Ped. 1:14) para recibir la “herencia” (1 Ped. 1:4), los cristianos (1 Ped. 4:16). Estos cristianos habían purificado sus almas “por la obediencia a la verdad” (1 Ped. 1:22), habían renacido “por la palabra de Dios” (1 Ped. 1:23), es decir, “por el evangelio” (1 Ped. 1:25). En otras palabras, habían obedecido al evangelio.

Dios llama por el evangelio (2 Tes. 2:14), los que acuden al llamado celestial son hechos santos (Heb. 3:1), para santificarlos Dios usa el evangelio (cf. 1 Cor. 4:15; 6:11). La manera de acudir al llamado de Dios es la obediencia al evangelio (cf. 1 Ped. 1:22,23,25; Rom. 10:16). La obediencia al evangelio separa a santos de pecadores (cf. 2 Tes. 1:8; Rom. 2:8). 

La iglesia de Cristo ha sido santificada, es decir, purificada, apartada y consagrada, “en el lavamiento del agua por la palabra” (Ef. 5:26). Debido a lo anterior, todo cristiano es un santo de Dios (ej. Rom. 1:7; 1 Cor. 1:2; 2 Cor. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col. 1:2).

Los cristianos imitan a su Padre (1 Ped. 1:14-16) que los ha llamado a santificación (1 Tes. 4:7), sabiendo que sin esa “santidad… nadie verá al Señor” (Heb. 12:14). Los pecadores, en cambio, viven en un estado de inmundicia e iniquidad (Rom. 6:19).

Instruyendo a los cristianos en Éfeso, Pablo indicó la manera por la cual un cristiano permanecerá en santificación, “os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Ef. 4:1), andando en unidad (Ef. 4:1-16), en verdad (Ef. 4:17-32), en amor (Ef. 5:1-7), en luz (Ef. 5:8-14), en sabiduría (Ef. 5:15-17), y en subordinación (Ef. 5:21 – 6:9). En fin, los santos evitan las cosas que no corresponden a su vocación (Ef. 5:3,4).

Escribiendo a los colosenses, Pablo declaró que los santos deben estar llenos del conocimiento de la voluntad de Dios (Col. 1:9), andando como es digno del Señor (Col. 1:10; cf. Hech. 11:26), creciendo en el conocimiento de Dios (Col. 1:10), fortalecidos en el hombre interior (Col. 1:11), agradecidos y llenos de gozo (Col. 1:12-14).

Cuando un llamado “santo” vive como los “pecadores”, ha cambiado de bando, se ha vuelto al mundo. Es imposible que un santo viva como un pecador, así como es imposible que un pecador viva como un santo. En consecuencia, si alguno vive como un pecador no es un santo, y si no es un santo no es un cristiano.