Un tesoro en vasos de barro



Por Josué I. Hernández


Al hablar de su labor de predicación, el apóstol Pablo dijo a los corintios “Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Cor. 4:7, JER).

Es interesante notar que Pablo no eligió la imagen de vasijas costosas (cf. 2 Tim. 2:20). En lugar de esto, Pablo contrastó al heraldo con el mensaje del evangelio, siendo el primero una vasija de arcilla, de amplio uso en aquellos tiempos, pero de poco valor y frágil, y lo segundo, un tesoro que enriquece para vida eterna (Rom. 1:16,17). Lo paradójico es que semejante tesoro celestial sea transportado en tal clase de recipiente. 

Dios ha decidido salvar por la predicación del evangelio (cf. Mar. 16:15; 1 Cor. 1:21). Sencillamente, no hay otra forma por la cual sea conferida la maravillosa gracia, sino por “el evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24,32). Sin embargo, el tesoro celestial para la salvación de la humanidad fue contenido en vasijas de barro, en “hombres sin letras y del vulgo” (Hech. 4:13), siendo Pablo el más dotado, aunque severamente humillado por un aguijón (2 Cor. 12:7). Pero, había una razón para todo esto, “para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Cor. 4:7; cf. 2 Cor. 12:9). 
 
Los apóstoles de Cristo son estos “vasos de barro” (2 Cor. 4:7), los “ministros competentes de un nuevo pacto” (cf. 2 Cor. 3:6; 4:1), y la iglesia del Señor ha sido edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef. 2:20).

Cuando fueron enviados a testificar de Cristo, los apóstoles transportarían el evangelio por todo el mundo y a toda criatura (cf. Mat. 28:19,20; Mar. 16:15; Luc. 24:47; Hech. 1:8; 26:16-18). Sin embargo, para enriquecerse con el tesoro de Cristo, los oyentes tendrían que ir más allá de la apariencia de los embajadores del Señor (2 Cor. 5:20). La situación de los apóstoles no era atrayente: “que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4:8,9; cf. Jn. 15:20,21); “Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Cor. 4:9).

No obstante, a pesar de la apariencia, los apóstoles son los recipientes de la sabiduría oculta y predestinada por Dios (1 Cor. 2:7-16), y nosotros leyendo podemos entender el misterio que les fue revelado (Ef. 3:3-5).

Cuando los gálatas le rechazaban, Pablo les recordó la nobleza de corazón que manifestaron cuando le conocieron. En lugar de despreciarlo y rechazarlo por su apariencia, lo recibieron a él y a su mensaje: “Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús. ¿Dónde, pues, está esa satisfacción que experimentabais? Porque os doy testimonio de que si hubieseis podido, os hubierais sacado vuestros propios ojos para dármelos” (Gal. 4:13-15).

Escribiendo a los corintios, Pablo reconoció: “estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Cor. 2:3,4). A pesar de la apariencia del apóstol, “Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hech. 18:8). Sin embargo, los corintios debían mantener esta nobleza, y continuar fijando su atención en el evangelio predicado por Pablo, aunque los detractores hicieran burla de la apariencia del apóstol (cf. 2 Cor. 10:10).   

“…Dios confió el evangelio a personas que carecían de los privilegios del poder y el honor terrenales, para que el gran éxito del evangelio no se atribuyera a sus mensajeros como hombres, sino al Dios eterno que los inspiró… el propósito de Dios en verdad se cumplió al colocar las inestimables riquezas de los tesoros del evangelio en vasijas de barro, para que el poder de la nueva fe fuera reconocido como proveniente de Dios mismo…” (J. B. Coffman).

Conclusión

Cuando observamos a los predicadores del evangelio, y el evangelio que predican, el bendito evangelio siempre es el tesoro (gr. “thesauros”) y los que lo proclaman no son más que vasijas de barro. 
 
Debemos reaccionar con la nobleza de corazón requerida por Dios y bendecida por él. Debemos ir a la Biblia para escudriñarla con solicitud, y obedecer la divina instrucción, a pesar de la apariencia (cf. Hech. 17:11).