El predicador y las lenguas originales



Por Josué I. Hernández

 
El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo, excepto algunas secciones que fueron escritas en arameo. El Nuevo Testamento fue escrito en griego koiné, con algunas excepciones de expresiones arameas. Pocos predicadores están familiarizados con estos idiomas, y aún menos son eruditos en ellos. Sin duda alguna, hay beneficios y peligros al acudir a las lenguas originales en la predicación.
 
Beneficios
 
Por la providencia de Dios contamos con excelentes traducciones en nuestro idioma, el español. Esto es, indiscutiblemente, una bendición por la cual agradecer cada día. Y estamos en deuda con aquellos que dedicaron su vida al estudio de los idiomas de la Biblia.
 
Actualmente, contamos con maravillosas herramientas para el estudio bíblico serio, las cuales nos ayudan a determinar el significado de las palabras originales del texto sagrado. Estas obras de consulta están disponibles a un clic de distancia en la internet. Algunas son gratuitas, las mejores son de pago. Pero, el beneficio lo vale si podemos invertir en ellas.
 
La mayoría de los mejores léxicos y diccionarios han sido escritos en inglés; no obstante, no son pocas las obras escritas en español, o traducidas al español, a las cuales podemos acceder, y que pueden llevarnos a una comprensión más profunda de la bendita palabra de Dios. Sin embargo, a pesar del beneficio al definir una palabra para entenderla en su contexto, siempre podemos ser buenos estudiantes de la Biblia a pesar de no lograr distinguir una letra del alfabeto griego, y mucho menos una palabra.
 
Es totalmente errada la predicación que deja en el auditorio la impresión de que, a menos que dominen el hebreo, el arameo y el griego, no podrán entender la palabra de Dios. La predicación bíblica no llama la atención a la pericia del predicador, sino al texto sagrado donde leemos el celestial mensaje.
 
Peligros
 
La gente común podía oír a Cristo “de buena gana” (Mar. 12:37, RV1960), “con agrado” (NC), o “con gusto” (VM). El apóstol Pablo dijo, “Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos vosotros; sin embargo, en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para instruir también a otros, antes que diez mil palabras en lenguas” (1 Cor. 14:18,19, LBLA).
 
He aprendido de hermanos que estudiaron griego en la universidad, y que admitían no ser eruditos en griego. Uno de ellos, altamente capacitado, me dijo, “no soy erudito, pero me defiendo”. No obstante, hemos podido oír a hermanos intentar pronunciar palabras griegas, y no lo hacen bien. ¿Por qué lo hacen? ¿No sería mucho mejor decir: “la palabra original significa…”, y luego indicar el significado en español?
 
Nunca es bueno que nuestro vocabulario aleje a nuestro auditorio de la comprensión de la verdad. Si podemos elegir entre una palabra compleja y una palabra de uso común, ¿por qué no elegir la palabra de más fácil comprensión? Si es necesario indicar que una palabra del Nuevo Testamento es una transliteración, por ejemplo, “bautismo” o “iglesia”, y debemos detenernos a observar su significado y uso, siempre debemos procurar alcanzar a todos con el mensaje, ¿no hacía esto Jesucristo?
 
Ciertamente, los cristianos debemos crecer para salvación avanzando más allá de la leche de la palabra de Dios (1 Ped. 2:2; Heb. 5:10-14). No obstante, aún la carne debe ser bien servida, fácil de digerir, asimilar. Simplificar lo complejo es una habilidad por la cual siempre debemos trabajar.
 
Conclusión
 
Admiro y aprecio a quienes se han dedicado al estudio de los idiomas originales de la Biblia. Siempre aprendo de ellos, y no creo que deje de hacerlo. Sus esfuerzos han contribuido enormemente a mi comprensión del texto sagrado. No obstante, también aprecio y agradezco a quienes me han enseñado la palabra de Dios, incluso cuando era un niño, en español, y en términos sencillos.
 
Cuenta la historia que, cierto predicador equivocado quiso convencer a un fiel hermano usando muchas referencias al griego. El hermano fiel le oyó con paciencia, y finalmente le preguntó: “Ha mencionado el griego muchas veces, ¿lo domina realmente?”, y el otro le aseguró que sí. Entonces, el hermano fiel tomó su Nuevo Testamento Griego y le señaló un pasaje para que el predicador presumido lo leyera; entonces éste último, con el rostro sonrojado tuvo que admitir que no sabía leer el griego, solo conocía las referencias que había aprendido de memoria y que utilizaba para impresionar.
 
Prediquemos facilitando la comprensión del mensaje, procurando alcanzar con la verdad del evangelio a todos. Nunca es bueno presumir y/o confundir al auditorio cuando predicamos la palabra de Dios.