Por Josué I. Hernández
Al ser redimidos de nuestros pecados, tenemos la oportunidad de estar en una maravillosa relación con Dios, una relación de plena armonía que se extiende más allá de las fronteras de esta vida, a la eternidad con Dios en el cielo. Demasiadas personas quieren ir al cielo, sin embargo, pocas personas se esfuerzan por ser reconciliados con Dios (cf. 2 Cor. 5:20). Entonces, ¿cómo participamos de esta gran salvación? En otras palabras: ¿Qué requiere Dios de nosotros para que seamos salvos?
- La multitud en Jerusalén, en el día de Pentecostés (2:14-47).
- Los samaritanos (8:4-25).
- El eunuco etíope (8:26-40).
- Saulo, conocido luego como el apóstol Pablo (9:1-19; 22:6-16; 26:9-18).
- Cornelio y los suyos (10:1-48).
- Lidia y su familia (16:13-15).
- El carcelero y su familia (16:25-34).
- Crispo, su familia, y muchos corintios (18:5-8).
- Los efesios (19:1-7).
Conclusión