¿Qué debo hacer para ser salvo?



Por Josué I. Hernández

 
Tal vez, alguno se pregunta: “¿de qué tendría que ser salvo?”. Esta es una pregunta importante, y la respuesta bíblica es: “de tus pecados”. La Biblia dice: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Los pecados son transgresiones, o infracciones, de la norma de conducta establecida por Dios (1 Jn. 3:4). En otras palabras, los pecados son delitos que hacen del pecador un delincuente ante Dios.
 
El castigo inevitable por la desobediencia es la muerte eterna en el infierno, la exclusión eterna de la presencia del Señor y la gloria de su poder (cf. Rom. 6:23; 2 Tes. 1:9). Porque Dios nos ama, envió a Jesús como el sacrificio por nuestros pecados (cf. Gal. 1:4; Heb. 2:9; 9:14,15), el sacrificio expiatorio que aplaca la ira divina (cf. Rom. 3:25; 1 Jn. 2:2).
 
Al ser redimidos de nuestros pecados, tenemos la oportunidad de estar en una maravillosa relación con Dios, una relación de plena armonía que se extiende más allá de las fronteras de esta vida, a la eternidad con Dios en el cielo. Demasiadas personas quieren ir al cielo, sin embargo, pocas personas se esfuerzan por ser reconciliados con Dios (cf. 2 Cor. 5:20). Entonces, ¿cómo participamos de esta gran salvación? En otras palabras: ¿Qué requiere Dios de nosotros para que seamos salvos?
 
Esta pregunta genera diversas opiniones. No obstante, la Biblia indica la respuesta y lo hace mediante varios ejemplos de personas que en el primer siglo se convirtieron a Cristo, llegando de esta manera a ser salvos de sus pecados. Estos ejemplos de conversión se encuentran en el libro Hechos:
  • La multitud en Jerusalén, en el día de Pentecostés (2:14-47).
  • Los samaritanos (8:4-25).
  • El eunuco etíope (8:26-40).
  • Saulo, conocido luego como el apóstol Pablo (9:1-19; 22:6-16; 26:9-18).
  • Cornelio y los suyos (10:1-48).
  • Lidia y su familia (16:13-15).
  • El carcelero y su familia (16:25-34).
  • Crispo, su familia, y muchos corintios (18:5-8).
  • Los efesios (19:1-7).
 
El estudio de estos casos bíblicos de conversión establece un patrón que responde a nuestra pregunta, “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Dedicar tiempo de calidad para estudiar estos casos de conversión permite observar las condiciones a las cuales se sujetaron, es decir, los requisitos que cumplieron, para recibir la salvación.
 
De la gran comisión que Cristo encargó a los apóstoles aprendemos lo que debía ser predicado (cf. Mat. 28:18-20; Mar. 16:15,16; Luc. 24:46,47). De las conversiones en Hechos aprendemos cómo respondieron a esa predicación.
 
Es interesante observar que el proceso de la conversión siempre involucra oír y creer el evangelio, culminándose en el bautismo. Y aunque el arrepentimiento y la confesión de fe no se mencionan expresamente en la mayoría de los casos, se sobreentiende que ocurrieron. La palabra de Cristo requiere tanto el arrepentimiento (cf. Luc. 24:47; Hech. 2:38; 17:30), como la confesión (cf. Mat. 10:32,33; Hech. 8:37; Rom. 10:9).
 
El Nuevo Testamento establece un plan definido para la salvación, el cual requiere oír el evangelio, creer, arrepentirse, confesar, y ser bautizado, para el perdón de los pecados. No hay otro modelo de salvación el Nuevo Testamento.
 
Cuando uno se convierte al Señor siguiendo el plan de salvación del evangelio, entonces el Señor mismo lo añade al cuerpo de los salvos, su iglesia (cf. Hech. 2:38,41,47; Gal. 3:26,27; Ef. 1:22,23).
 
Conclusión
 
Necesitamos urgentemente ser salvos del poder del pecado, la culpa que cargamos y la condenación a la que vamos. Para evitar el infierno, y recibir la entrada en el cielo, debemos recurrir a Dios y someternos a los requerimientos que él ha establecido. Esta ley del perdón, o plan de salvación, ha sido ilustrado en el libro Hechos.