Demasiada gente no estudia adecuadamente la Biblia,
y luego afirma estar en desacuerdo con otros respecto a lo que ella enseña; y
algunos ni siquiera leen el texto sagrado, pero afirman creencias que repiten de
otros. En semejante escenario la confusión religiosa es una consecuencia por no
estudiar adecuadamente la palabra de Dios. Alguno podría tener un excelente
libro de aritmética, pero no se beneficiará de él si no lo estudia. El mismo
principio se puede aplicar al estudio de la Biblia. Consideremos algunos
principios para el estudio adecuado de la palabra de Dios. Amar la verdad. Debemos amar la verdad como para trabajar por
ella, a pesar de lo mucho que nos cueste (Prov. 23:23). Debemos estar dispuestos
a seguir la verdad hacia dónde ella nos dirija (Ef. 4:15). Jesucristo enseñó
que algunos no entendían su doctrina porque habían cerrado sus ojos y tapado sus oídos
(Mat. 13:15). No les gustaba lo que oían, y se negaban a aceptarlo. No querían
hacer la voluntad de Dios (Jn. 7:17). La verdad no beneficia a quienes la
rechazan. Debemos amar la verdad, incluso cuando nos dice que estamos
equivocados. Aceptar todo lo que enseña la Biblia como
palabra de Dios. Si
queremos ser buenos estudiantes de la Biblia debemos recibir su enseñanza “no
como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios” (1
Tes. 2:13). Es muy peligroso aceptar parcialmente lo que Dios enseña, y
concluir que con eso tenemos suficiente. Si nuestras convicciones y prácticas son
contradichas por Dios, debemos abandonarlas. Por ejemplo, si comprendemos que
la fe es esencial para la salvación, debemos comprender que el arrepentimiento
y el bautismo también lo son (Hech. 2:37,38). Nadie será justificado solamente
por la fe (Sant. 2:24). Reconocer que la verdad es armoniosa. La palabra de Dios es verdad (Jn.
17:17), y la verdad nunca se contradice “pues Dios no es Dios de confusión”
(1 Cor. 14:33). El salmista dijo, “La suma de tu palabra es verdad”
(Sal. 119:160). Por lo tanto, si un pasaje parece contradecir lo que enseña
otro, debemos buscar cómo se armonizan. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento el
pueblo de Dios fue enseñado a guardar el sábado y pagar diezmos (Deut. 5:15;
14:22), pero en el Nuevo Testamento no se enseñan tales cosas, porque la ley de
Moisés fue anulada (Col. 2:14; Ef. 2:15) y nos fue dada una ley que es mejor (Heb.
7:11-19), tal como Dios lo había planificado (Heb. 8:6-13; 1 Cor. 9:21).