La mayoría suele adoptar la religión de sus
padres con la firme disposición de continuar en ella, y transmitirla a sus
hijos, rehusando investigar y cuestionar tales creencias y prácticas, y mirando
con recelo todo esfuerzo “para que se conviertan de las tinieblas a la luz,
y de la potestad de Satanás a Dios” (Hech. 26:18). En este contexto, el
argumento general se podría resumir como sigue: “Si determinada religión funcionó
para mis padres, ¿por qué no funcionaría para mí?”. Piénselo detenidamente. Si determinadas
personas han sido idólatras, miembros de una secta, paganos, e incluso, ateos,
¿deben los hijos aceptar tales creencias sin investigar ni cuestionar? ¿Cómo
podríamos estar seguros de aceptar las creencias de nuestros padres sin someter
tales convicciones al estándar de la verdad (Jn. 8:32; Ef. 1:13)? La Biblia nos habla de muchas personas que
tuvieron que abandonar la religión de sus padres. En el Antiguo Testamento, podemos
leer los ejemplos de Abraham, Rahab, Rut, y los ninivitas (Jos. 24:2; Jos.
2:9,11; Rut 2:11,12; Jon. 3:10). ¿Se equivocaron al cambiar? En el Nuevo Testamento, vemos el caso de Pablo,
quien se había criado en la religión de los judíos (Gal. 1:13,14), y que
obedeció al evangelio para agradar a Dios (cf. Hech. 9:6; 22:16). ¿Se equivocó
al cambiar? Muchos de los efesios que habían practicado la magia se volvieron a
Dios (Hech. 19:19,20), así también, los tesalonicenses se convirtieron de la
idolatría para servir al Dios vivo y verdadero (1 Tes. 1:9). ¿Se equivocaron al
cambiar? Salvo que los padres fuesen cristianos, los
casos bíblicos de conversión involucran aquel cambio necesario, dejar la
religión de los padres (1 Ped. 1:18). La Biblia dice: “Es necesario obedecer a
Dios antes que a los hombres” (Hech. 5:29). El Señor Jesucristo dijo, “El
que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o
hija más que a mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37). La Biblia es la única guía infalible para
determinar si estamos, o no, en la verdad (Jn. 17:17; 2 Tim. 3:16,17). Si
deseamos agradar a Dios, debemos comparar todo lo que nuestros padres nos
enseñaron con la Biblia (1 Tes. 5:21). Si las creencias y prácticas de nuestros
padres concuerdan con la Biblia, debemos alegrarnos de seguir sus pisadas (cf. 2
Jn. 4). Sin embargo, si descubrimos que nuestros padres no están de acuerdo con
la Biblia, debemos seguir lo que la Biblia dice en lugar de seguir la religión
de nuestros padres.