Predicación para complacer



Por Josué I. Hernández

 
La Biblia dice que nuestro Dios es “Dios de toda consolación” (2 Cor. 1:3), y aprendemos también de “la mansedumbre y ternura de Cristo” (2 Cor. 10:1). Dios comisionó a sus profetas, no solo para reprender y advertir, sino también para consolar a su pueblo (Is. 40:1,2). Es más, debemos usar la palabra de Dios para alentarnos los unos a los otros (1 Tes. 4:18). Cuando alguno se siente abatido necesita palabras de aliento (1 Tes. 5:14), y cuando un hijo de Dios vuelve a la casa de su Padre debemos consolarlo (2 Cor. 2:7,8).
 
La predicación debe ser equilibrada, y los extremos deben ser evitados. Por una parte, la tendencia hacia los látigos y hachazos, y por otra, los besos y abrazos. Aunque para algunos el evangelio no es más que olor de muerte, y para otros es aroma de vida (2 Cor. 2:15-17), el equilibrio se requiere.
 
La predicación no debe ser despiadada. El espíritu sádico es un reproche al propósito de Cristo y su evangelio. Los predicadores que parecen deleitarse en humillar a otros no deben recibir espacio en los púlpitos. Pero, la amabilidad superficial, o fingida, que ignora la gravedad del pecado, es igualmente dañina.
 
Algunos se esfuerzan por dejar a todos de buen humor con una predicación simpática que halaga usando recursos emocionantes. Si logran cautivar a su auditorio con flores y halagos habrán cumplido su deber. Debemos desconfiar de tales hombres, porque “con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Rom. 16:18; cf. 2 Ped. 2:3). Cristo y sus apóstoles no fueron así (cf. Mat. 15:12; Hech. 22:22).
 
La predicación que busca complacer
 
Evita la controversia. La predicación que busca complacer es tan inútil como una “espada sin filo” en la guerra más cruenta, y el predicador que procura agradar a los hombres es como un “soldado sin espada”. Los pecadores que se arrepintieron no se compungieron por la predicación que evitó la controversia (ej. Hech. 2:37; 13:46; 15:1,2; 17:30,31).
 
Rara vez señala el pecado y al pecador. Este tipo de predicación se presenta como superior a la predicación bíblica, pero falla en reprender “las obras infructuosas de las tinieblas” (cf. Ef. 5:11). Por supuesto, nadie tiene autorización del Señor para ser cáustico, o mordaz, al predicar. Sin embargo, quien no señala a los pecadores por sus pecados no debiese predicar la palabra (cf. Is. 58:1; 2 Tim. 4:2). Sin duda alguna, nuestro Señor Jesucristo se comportó con suma gentileza, como un caballero digno y distinguido, pero nunca dejó de señalar la iniquidad y la hipocresía (cf. Mat. 15:3,4; 16:6-12). Los apóstoles siguieron su ejemplo (cf. Hech. 8:20-23; 13:10). Nosotros debemos seguir este ejemplo también (cf. 1 Cor. 11:1; Fil. 4:9).
 
Apela a las emociones. El evangelio a menudo evoca emociones; pero, la predicación fiel no se fundamenta en las emociones, no las usa para motivar o dirigir los corazones. El poder de Dios está en su evangelio (Rom. 1:16,17). El entretenimiento es una cosa, la predicación bíblica es otra (cf. 2 Tim. 4:2,5).
 
Conclusión
 
Los hombres más capaces y talentosos pueden ser víctimas de las mismas habilidades que Dios les ha dado. No es tan difícil dejarse llevar cuando hay una exigente demanda por una predicación que sea todo, menos bíblica.
 
El aplauso de los hombres no garantiza la aprobación celestial. Así también, la reprobación de los hombres no determina la desaprobación del Señor.

No nos dejemos seducir por la oratoria ingeniosa, graciosa, e incluso, entretenida. ¡Exijamos que nos prediquen la palabra de Dios!