¿Será posible que alguno sea sincero en sus
convicciones y prácticas religiosas, y que aun así esté equivocado? Algunas personas
afirman que toda clase de creencia y adoración es aceptable sin importar las
diferencias. Intente convencer a una persona de que le falta una cosa por hacer
(cf. Mar. 10:21) y verá cómo reacciona. Más de alguno manifestará cuán sincero es,
y cómo se está esforzando por agradar a Dios, negando toda
posibilidad de estar equivocado. A pesar de lo anterior, la Biblia contiene muchos
casos de personas religiosas, algunos de ellos muy sinceros, que no agradaban a
Dios a pesar de su sincera devoción. Por ejemplo, los atenienses a quienes
Pablo predicó el evangelio, necesitaban arrepentirse y adorar al Dios verdadero
(Hech. 17:22-31). Su religión no era tan buena como cualquier otra.
Sencillamente, estaban equivocados. Los judíos del primer siglo tenían celo por Dios,
pero sin conocimiento. En pocas palabras, rehusaban someterse a la voluntad
de Dios (Rom. 10:1-3). De hecho, el mismo Pablo, antes de su conversión, era un
devoto judío muy celoso que confiaba en estar haciendo lo correcto (cf. Hech.
26:9-11; 23:1). A pesar de su sinceridad, perseguía a la iglesia. Su religión
no era tan buena como cualquier otra. Sencillamente, estaba tan equivocado como
la mayoría de los judíos de su tiempo (1 Tim. 1:12-16). Cornelio era un hombre temeroso de Dios, que
ayudaba a los necesitados, y que oraba a Dios siempre (Hech. 10:1,2), pero lo
mucho bueno de él no podía solucionar el problema del pecado. Cornelio necesitaba
obedecer al evangelio (Heb. 11:14). Su religión no era lo
suficientemente buena, porque necesitaba la verdad que santifica (Jn. 17:17) y
liberta (Jn. 8:32). Todos debemos esforzarnos por agradar a Dios
con sinceridad. Pero, sin la verdad, la sinceridad no
funciona.