Algunos afirman ser salvos porque se sienten
bien en sus corazones. Si estuvieran perdidos, aseguran, no se sentirían así.
Otros afirman ser salvos porque sintieron alguna intervención en sus corazones
lo cual les dio la seguridad de la salvación. Sin duda alguna, muchos de los
que declaran tales cosas son sinceros, y tienen buenas intenciones; pero, ¿enseña
la Biblia que los creyentes estás salvos cuando se siente bien? Si una persona que nunca ha estudiado a
profundidad el cuerpo humano siente la seguridad de realizar con éxito una
cirugía al corazón, ¿dejaría usted que tal persona operara en su cuerpo? ¿Confiaría
usted en los sentimientos de esta persona? Si una persona que nunca ha estudiado, ni
practicado, para volar un avión siente la seguridad de que podrá realizar
exitosamente un vuelo intercontinental, ¿le permitirían conducir el avión?
¿Subiría usted a ese avión sabiendo la clase de piloto que conducirá? En estos asuntos exigimos hechos, y no
aceptamos los sentimientos como fundamento. Si nuestra alma vale mucho más que
nuestra salud, o vida terrenal, ¿no debiésemos estudiar los hechos sobre
nuestra condición ante Dios? Mateo 7:22 describe a ciertas personas que
estaban completamente seguras de hacer lo que el Señor requería, quienes se
sentían bien con lo que estaban haciendo, pero que resultan condenadas. ¿Por
qué sucede semejante tragedia? Cristo dijo, “No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21). Los buenos sentimientos son insuficientes, en
otras palabras, no basta con sentirse bien. Los buenos sentimientos no
reemplazan a la obediencia, ni garantizan la salvación. Por lo tanto, debemos
conocer y obedecer la voluntad de Dios. El apóstol Juan escribió, “Y en esto
sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Jn.
2:3). No debemos descansar en el esfuerzo por conocer
y obedecer fielmente lo que Dios requiere de nosotros. Si le amamos, lo
haremos: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus
mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3).