Amor y lujuria



Por Josué I. Hernández

 
La lujuria suele entenderse como el deseo desenfrenado por el placer sexual, y guarda relación con la posesión y la codicia. Por el contrario, el amor es la buena voluntad activa, que procura el bien del ser amado, y trabaja por ese bien.
 
Es asombroso contemplar lo mucho que se habla del amor mientras se profesa lujuria. No está de más, por lo tanto, detenernos a contrastar el amor con la lujuria.
 
El apóstol Pablo escribió, “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Cor. 13:4-8).
 
El amor es desinteresado y la lujuria es egoísta. El amor ama, pero la lujuria desea. El amor es del cielo y es satisfactorio, pero la lujuria es terrenal y es insaciable. El amor es buena voluntad activa hacia el ser amado, pero la lujuria es deseo por el ser deseado. El amor se entrega por el ser amado, pero la lujuria usa al ser deseado. El amor es paciente, pero la lujuria es impaciente. El amor es amable y sensible, pero la lujuria es grosera e insensible. El amor es agradable y puro, pero la lujuria es detestable. El amor es humilde, pero la lujuria es arrogante. El amor todo lo soporta, pero la lujuria nada soporta, ni cree, ni espera más allá de la gratificación inmediata.
 
La Biblia dice que “Dios es amor” (1 Jn. 4:8). No podemos conocer a Dios rechazando el verdadero amor. Y a menos que amemos en lugar de desear y usar, no podremos amar como Dios ama (1 Jn. 4:20; Jn. 3:16; Rom. 5:8).