La lujuria suele entenderse como el deseo desenfrenado
por el placer sexual, y guarda relación con la posesión y la codicia. Por el
contrario, el amor es la buena voluntad activa, que procura el bien del ser
amado, y trabaja por ese bien. Es asombroso contemplar lo mucho que se habla
del amor mientras se profesa lujuria. No está de más, por lo tanto, detenernos
a contrastar el amor con la lujuria. El apóstol Pablo escribió, “El amor es
sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda
rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”
(1 Cor. 13:4-8). El amor es desinteresado y la lujuria es
egoísta. El amor ama, pero la lujuria desea. El amor es del cielo y es
satisfactorio, pero la lujuria es terrenal y es insaciable. El amor es buena voluntad
activa hacia el ser amado, pero la lujuria es deseo por el ser deseado. El amor
se entrega por el ser amado, pero la lujuria usa al ser deseado. El amor es
paciente, pero la lujuria es impaciente. El amor es amable y sensible, pero la
lujuria es grosera e insensible. El amor es agradable y puro, pero la lujuria
es detestable. El amor es humilde, pero la lujuria es arrogante. El amor todo
lo soporta, pero la lujuria nada soporta, ni cree, ni espera más allá de la
gratificación inmediata. La Biblia dice que “Dios es amor” (1 Jn.
4:8). No podemos conocer a Dios rechazando el verdadero amor. Y a menos que
amemos en lugar de desear y usar, no podremos amar como Dios ama (1 Jn. 4:20; Jn.
3:16; Rom. 5:8).