Algunos líderes religiosos enseñan que la gente
común no puede entender la Biblia, ni siquiera el plan de salvación. Por lo
tanto, se requieren líderes formados en algún seminario que expliquen el
sentido del texto sagrado, y luego, debemos aceptar la interpretación de estos
líderes. Pero, ¿qué dice la Biblia al respecto? En 2 Timoteo 3:16,17, la Biblia dice: “Toda
la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Según este pasaje, la Biblia provee la enseñanza
necesaria para que podamos estar bien con Dios. Tanto así, que sus enseñanzas
pueden ser entendidas “desde la niñez” (2 Tim. 3:15). Por esta razón, el
apóstol Pablo animaba a los hermanos a leer para entender (Ef. 3:4). En Hechos 17:11, los bereanos fueron llamados “nobles”
porque escudriñaron “cada día las Escrituras” para comprobar si lo que
se les enseñaba era cierto. Ellos no esperaron alguna intervención sobrenatural
para entender el texto sagrado, ni se confiaron en la interpretación de algún
predicador. Sencillamente, confiaban en que Dios había revelado su palabra para
que la gente común la pudiera entender y se dedicaron a lograr dicho
entendimiento. Nuestro Señor Jesucristo habló para que la gente
común pudiera entender. Las epístolas del Nuevo Testamento están dirigidas no
solo a los estudiosos con formación especializada, sino a los cristianos de
diversas iglesias locales, quienes en su mayoría carecían de alguna
capacitación académica. Cuando vamos a la Biblia, observamos la marcada
ausencia de lenguaje sofisticado, complejo, o altamente técnico, que sea
comprensible solamente por las personas con estudios superiores. Por el
contrario, en la Biblia podemos observar que Dios se revela en términos que
pueden ser comprendidos por la persona común. Si bien es cierto que en la Biblia hay algunas
cosas “difíciles de entender” (2 Ped. 3:16), con estudio diligente las
podemos entender, si tenemos “hambre y sed de justicia” (Mat. 5:6).