Tened fe en Dios



Por Josué I. Hernández

 
Al contemplar que aquella higuera que el Señor había maldecido “se había secado desde las raíces” (Mar. 11:20) Pedro dijo al Señor: “Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado” (Mar. 11:21), a lo cual Jesucristo respondió: “Tened fe en Dios” (Mar. 11:22).
 
Tener fe en Dios, es confiar en Dios, en sus métodos y planes, y seguir sus instrucciones, como los israelitas comandados por Josué, quienes debían rodear Jericó según los detalles especificados por Dios, “Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días. Y siete sacerdotes llevarán siete bocinas de cuernos de carnero delante del arca; y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las bocinas. Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá” (Jos. 6:3-5).
 
Tener fe en Dios es confiar en Dios, en sus métodos y planes, y seguir sus directrices, como Balaam finalmente lo hizo, cuando recibió la instrucción que lo libraría de la lepra, “Vé y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (2 Rey. 5:10).
 
La fe es certeza y convicción (Heb. 11:1) completada en la acción (“por la fe”, Heb. 11:4-40; cf. Sant. 2:22) del que está “plenamente convencido” del poder y habilidad de Dios (Rom. 4:21), sin dudar en el corazón (Rom. 4:20).
 
Dios nos informa con su evangelio sobre hechos que creer, mandamientos que obedecer y promesas que esperar. Sin embargo, somos nosotros los que debemos confiar en Dios, “Tened fe en Dios” (Mar. 11:22).
 
No es suficiente con oír la palabra (cf. Sant. 1:22). La mayoría de los israelitas que salieron de Egipto oyeron a Dios, “pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Heb. 4:2).
 
Si confiamos en Dios, grandes cambios pueden ser logrados, cambios que son simbolizados con trasladar un monte al mar (Mar. 11:23). Un corazón así de confiado solo espera recibir la divina instrucción, “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hech. 9:6), para obedecer al evangelio (Rom. 10:16; 2 Tes. 1:8), es decir, “para la obediencia a la fe” (Rom. 1:5; cf. Rom. 2:8; 6:17; 15:18; 16:26).