Por nada afanosos



Por Josué I. Hernández

 
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:6,7).

 
Mientras las complicaciones de la vida azotan nuestra barca, y la angustia está a la puerta, muchas cosas son más fáciles de decir que de hacer, y el consejo “no te angusties” entra en aquella categoría. Sin embargo, las difíciles circunstancias no invalidan este buen consejo: “No te angusties”. Es más, no solamente es un buen consejo, es un mandato divino.
 
El afán es la aprensiva angustia e inquietud mental, la abrumadora inseguridad que cautiva los pensamientos con zozobra. La palabra “denota estar ansioso, lleno de cuitas” (Vine). No obstante, la ansiedad no debería invadir al cristiano, porque “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8:31).
 
Es interesante notar tres cosas que Pablo dijo a los filipenses, las tres “P” respecto al afán: La prohibición, la prevención, y la promesa.
 
La prohibición: “Por nada estéis afanosos” (Fil. 4:6). Esta declaración es un mandamiento, y como con cualquier otro mandamiento, el cristiano debe usar de dominio propio para sujetarse a él. Aquí aprendemos que la ansiedad es una decisión de la mente y, por lo tanto, una opción, la cual es pecaminosa. El cristiano debe confiar en el Señor, rechazando el afán (cf. Mat. 6:25-34). El afán es indebido, inútil e innecesario.
 
La prevención: “sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil. 4:6). La oración no es un mero estímulo psicológico, sino una real comunicación con el Padre celestial por medio de Jesucristo (cf. Mat. 6:6-8; 7:11; Heb. 4:15,16). La oración es un acto de confianza en el amor paternal de Dios. Esta reacción de confianza previene la angustia en el corazón del cristiano cuando éste, expresando los anhelos más profundos de su alma, no olvida las muchas bendiciones recibidas y por las cuales da gracias. Sencillamente, no hay cristiano que derrame su corazón en oración y que no se levante revitalizado.  
 
La promesa: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:7). Esta promesa está condicionada a obedecer la prohibición divina y seguir la medida preventiva. La paz prometida no es humana, sino divina, es “la paz de Dios”, la calma mental que proviene del Creador de universo, del Señor de todas las cosas. Esta paz está fundamentada sobre la obra redentora de Cristo Jesús nuestro Señor. Piénselo detenidamente. Si nuestro problema más crítico ha sido resuelto por Jesucristo, “no te angusties”, ora por todo, aprecia los favores recibidos, y disfruta la paz que Dios te da.