Una adicción que requiere tratamiento

 


Por Josué I. Hernández

 
Una manifestación adictiva de la carne, que supera la adicción al alcohol, a la mariguana, a la cocaína, e incluso, al fentanilo, es la murmuración y la queja. Esta adicción es tan abrumadora, que algunos hijos de Dios han caído vencidos, esclavos de este vicio. Han sucumbido a la sugestión del diablo y viven conforme a la carne, y no conforme al Espíritu (cf. Gal. 5:16-26; Rom. 8:1; 2 Cor. 12:20). Sin embargo, la Biblia indica la manera para desintoxicarnos de este hábito morboso, adictivo y destructivo.  
 
Santiago escribió, “Hermanos, no os quejéis unos contra otros” (Sant. 5:9). La palabra traducida “quejarse” (gr. “stenazo”) hace referencia al “gemir; por un sentimiento interno, inexpresado, de dolor” (Vine), “un murmullo medio reprimido de impaciencia y de duro juicio, no hecho fuerte ni libremente” (JFB). Esta disposición quejumbrosa demuestra impaciencia (Sant. 5:8) y queda totalmente desaprobada por Dios, “no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados” (Sant. 5:9).
 
Judas escribió, “Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho” (Jud. 1:16). La palabra traducida “murmuradores” (gr. “gongustes”) señala al que expresa su descontento, un “rezongón, murmurador” (Strong); mientras que la palabra “querellosos” (gr. “mempsimoiros”), “denota a uno que se queja, lit., quejoso de la propia suerte” (Vine), “que culpa al destino” (Strong), y por esto “querellosos” (RV1960) o “quejumbrosos” (LBLA), “Se quejan de todo y a todos, murmurando respecto a su suerte en la vida. No conocen el contentamiento ni aceptan la Providencia de Dios” (B. H. Reeves).
 
Los términos antes señalados están relacionados, es decir, interconectados, siendo la manifestación de un pecado ampliamente practicado, fácilmente reconocido, una adicción por los deseos del mal corazón, es decir, la carne.
 
Por ejemplo, quejarse sobre los demás es la consecuencia del descontento en el corazón por la percepción de las deficiencias en uno mismo, de modo que menospreciar criticando se vuelve un deleite para sentirse mejor. Esta dosis es un placer momentáneo que exigirá más de aquella experiencia carnal. De la misma forma, quejarse de las circunstancias, desaprobando a Dios quien las ha permitido, o las requiere (cf. 1 Ped. 1:6), ofrece el placer de verbalizar la insatisfacción como lo hacía Israel en el desierto (cf. 1 Cor. 10:10,11).
 
La desintoxicación espiritual involucra tanto la admisión como el arrepentimiento. Los adictos no suelen reconocer la gravedad de su estado, y solo pueden comenzar a liberarse admitiendo que tienen un grave problema. Sin embargo, asumir que la queja es grave no elimina la adicción, no desintoxica el alma. Entonces, el arrepentimiento, el cual es “para vida” (Hech. 11:18), es la medicina imprescindible.
 
Cuando alguno minimiza la gravedad de sus quejas y murmuraciones, ha olvidado la palabra de Cristo: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mat. 12:36). El pecado es grave (1 Jn. 3:4; Rom. 6:23). Ningún pecado debe ser minimizado, “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” (Rom. 6:1). Recordemos, “el juez está delante de la puerta” (Sant. 5:9). “Cristo, el Juez, está cerca para entrar sin aviso y juzgar según el caso. ¡Es cosa cierta!” (B. H. Reeves).
 
El arrepentimiento, o cambio de mente, necesariamente incluye la renuncia al “yo” con todas sus exigencias pretenciosas: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3,4).
 
El arrepentimiento, o cambio de mente, involucra aprender el contentamiento en cualquier circunstancia (Fil. 4:11; 1 Tim. 6:7,8). Si aprendemos a contentarnos a pesar de las decepciones, y diversas inconveniencias que nos rodean, las actitudes y comportamientos molestos serán más fácilmente soportables.
 
El arrepentimiento, o cambio de mente, involucra cumplir los tres requisitos básicos del discipulado, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23), “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mar. 8:35). 
 
Las drogas de la queja, el refunfuño y la murmuración son desagradables a Dios y deben ser desagradables para nosotros. Mientras hacemos lo que debemos, recordemos: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil. 2:14).